La crisis norteamericana y las elecciones de 2016

La crisis norteamericana y las elecciones de 2016

¿Crónica de una muerte anunciada?

Por Jorge Hernández Martínez*
 
En realidad, la sorpresa inicial que conllevó la victoria electoral de Donald Trump ha sido relativa, en la medida en que si bien la inmensa mayoría de los análisis, pronósticos y sondeos de opinión apuntaban con elevados porcentajes de certeza hacia el triunfo de Hillary Clinton, existía un entramado objetivo de condiciones y factores que permitían augurar, al mismo tiempo, la derrota demócrata y el retorno republicano a la Casa Blanca. Ese trasfondo tenía y tiene que ver con el la crisis que define a la sociedad norteamericana durante los últimos treinta años, la cual no sólo se ha mantenido, en medio de parciales recuperaciones –sobre todo en el ámbito económico, propagandístico y tecnológico-militar–, sino que se ha profundizado entre intermitencias y altibajos, en el terreno cultural, político e ideológico.
Como lo ha expresado Carlos Malamud, “la sensación de incertidumbre se refuerza por las constantes generalidades, las escasas concreciones y las repetidas contradicciones en las que el ya presidente electo incurrió durante la campaña”[1]. Y como lo sintetiza Marco A. Gandásegui, “Trump representa un estilo nuevo –inédito– en Washington. Ha empoderado a los capitalistas y a los trabajadores proteccionistas que le exigirán que cumpla con sus promesas nacionalistas. Ha declarado personas non gratas a quienes no reúnen las características estereotipadas que ha creado Hollywood en torno a la familia norteamericana: blanca, disciplinada y obediente.”[2]
El contexto que explica los acontecimientos tiene que ver con los cambios demográficos, político-culturales que conforman la prolongada e inconclusa crisis norteamericana, cuyas transiciones estructurales e ideológicas siguen desplegándose.  Lo sucedido, más que sorprendente, fue como la crónica de una muerte anunciada.
       Trump constituye un fenómeno político que emerge a partir de una crisis que trasciende la de los partidos políticos y la que se manifiesta en la división de poderes entre las ramas legislativa y ejecutiva en los  Estados Unidos. Según Jesús Velasco,  al examinar el surgimiento de Trump como figura señalaba: “De dónde sale esta cosa que nosotros vemos como rara, bueno pues no es tan rara: existe toda una base que explica el surgimiento de Trump, que tiene que ver con cambios estructurales. Trump proviene de un fenómeno que tiene antecedentes desde las épocas de los años 60, cuando surge lo que se conocía como la nueva derecha y que después se va concretizando cada vez más en lo que se conoce como parte del Tea Party en los Estados Unidos; son personas que fueron altamente golpeadas por la crisis de 2008, que constituyen gentes a quienes se les llama trabajadores de cuello azul, personas con bajos niveles educativos, que perdieron sus casas, sus empleos… se ha atendido a sus problemas, y se han creado chivos expiatorios. Trump ha sido  lo suficientemente inteligente para captar este sector”[3].
El desarrollo de las elecciones de 2016 puso de manifiesto con perfiles acentuados la crisis que vive el país desde la década de 1980 que se ha sostenido con ciertas pausas, más allá de las coyunturas electorales. La pugna entre demócratas y republicanos, así como sus divisiones internas, junto a la búsqueda de un nuevo rumbo o  proyecto de nación, estuvo presente en la campaña, profundizando la transición inconclusa en los patrones tradicionales que hasta la denominada Revolución Conservadora –o lo que Sean Wilentz ha calificado como la “era de Reagan”–, caracterizaban el imaginario, la cultura y el mainstream político-ideológico de la sociedad norteamericana[4]. La crisis es integral, de naturaleza económica, política, moral, cultural. Y no se trata de algo totalmente novedoso ni inesperado.
En 2016, la plataforma que acompañó a Trump tuvo un antecedente no sólo en las propuestas de la New Right que impulsaron, junto a otras corrientes, a la Revolución Conservadora, sino en el movimiento en ascenso, también de inspiración populista, nativista, racista, xenófoba,  encarnadas más recientemente en el Tea Party[5]. Entretanto, descolló la tendencia encarnada por Bernie Sanders, identificada como radical y socialista, que tenía como antecedente al movimiento Ocuppy Wall Street, exponente de una orientación de inconformidad y rechazo ante la oligarquía financiera, que no logró constituirse como fuerza política que rompiese el equilibrio  establecido por el sistema bipartidista ni el predominio ideológico del conservadurismo. Este fenómeno, efímero, pero significativo, respondía al mismo contexto en que nació el Tea Party y el fenómeno Trump.
       El movimiento conservador cuyo desarrollo se ha hizo notablemente visible al comenzar la campaña electoral a inicios de 2016, alimentado por el resentimiento  de una rencorosa clase media empobrecida y por la beligerancia de sectores políticos que se apartan de las posturas tradicionales del  partido republicano,  rompe los moldes establecidos, evoca un nacionalismo   chauvinista, acompañado de reacciones casi fanáticas de intolerancia  xenófoba, racista, misógina[6].
Estas recientes expresiones del conservadurismo reflejan la frustración del sector de hombres  blancos adultos, acumulada desde los años de 1960, a partir de hechos como la emancipación de la mujer, la lucha por los derechos civiles, las leyes para la igualdad social, el dinamismo del movimiento de la población negra y latina, de homosexuales y defensores del medio ambiente y de la paz, por considerar que le han ido restando poder y derechos, así como robando sus espacios de expresión. Se trata de ese sector poblacional blanco, de clase media, que se ha ido incrementando durante las últimas décadas, que fue orgullo de la nación en los años de la segunda postguerra, sobre todo en los de 1950, pero que ha sido, según sus percepciones, maltratado por la última revolución tecnológica, la proyección externa de libre comercio y la reciente crisis económica.
Esa clase media blanca, anglosajona y protestante,  que se considera afectada y hasta herida, reacciona contra lo que simboliza sus males e identifica como amenazas o enemigos: los inmigrantes, las minorías étnicas y raciales, los políticos tradicionales. Intenta reducir la competencia, que considera injusta, propone medidas proteccionistas, se opone a los tratados de libre comercio y pretende que los Estados Unidos sean la tierra prometida, pero sólo para los verdaderos norteamericanos. A ella movilizó Trump.
      En resumen, el desarrollo de la contienda presidencial dejó ver, desde su despliegue a comienzos de 2016, la tendencia referida, en un entorno de acusadas contradicciones ideológicas y rivalidades partidistas, que se inscriben en el expediente de la crisis cultural que como telón de fondo acoge, como ha sucedido en otras oportunidades, a una diversidad de figuras que van quedando en el camino, entre esfuerzos dirigidos a su propia promoción y a la descalificación de los demás contrincantes. En la sociedad norteamericana de hoy se han hecho más intensas y profundas las fisuras en el sistema bipartidista.  Luego de la inimaginable elección de un presidente negro en 2008, ahora se asistió a la no menos inusitada nominación de una mujer presidenciable, con imagen de político tradicional, y de un hombre anti-establishment, cuya proyección totalmente escandalosa, irreverente, iconoclasta, herética, desvergonzada, le hacían ver como no presidenciable.
El 8 de noviembre, como de cierto modo se anticipó, salvando las distancias, en la Convención Republicana, realizada en Cleveland, Ohio, a pesar de la tardía conciencia de los republicanos tradicionalistas por salvar la imagen y la coherencia de su partido y de la búsqueda de alternativas,  se impuso la figura de Trump, con su retórica demagógica y expresiones fanáticas de xenofobia, espíritu anti inmigrante, intolerancia, excentricismo e incitación a la violencia. Los esfuerzos de los republicanos tradicionales y de los neoconservadores  por presentar opciones a Trump dejaron claro tanto la polarización al interior del partido, como el hecho de que no se sentían reconocidos con su figura ni con el ideario que pregonaba. No debe perderse de vista que en el partido republicano coexisten grupos muy diversos, con posiciones hasta encontradas, como los conservadores ortodoxos, los variados e inconexos grupos del Tea Party, los cristianos evangélicos, los libertarios y los neoconservadores, siendo estos últimos los principales críticos de Trump, que inclinaron sus preferencias hacia el partido demócrata. Trump encontró un terreno fértil, según ya se ha explicado, en las condiciones que han afectado el lugar y papel de un sector específico de la sociedad norteamericana, lo que ha podido explotar en su beneficio en la medida en que fue capaz de hablar su mismo lenguaje, de dirigir su discurso populista y patriotero hacia los corazones y las mentes de los wasps.
Los Estados Unidos han dejado de ser hace tiempo el país que los norteamericanos creen que es, o dicen que es. Las contradicciones en que ha vivido y vive hoy, en términos ideológicos y partidistas no pueden ya ser sostenidas ni expresadas por la simple retórica. Escapan a la manipulación discursiva tradicional  –mediática, gubernamental, política–,  y colocan al sistema  ante dilemas que los partidos, con sus rivalidades, no están en capacidad de enfrentar, y que no llegan a cristalizar en un nuevo consenso nacional. Como lo expresaron Luis René Fernández Tabío y Hassan perez Casabona, al evaluar los resultados electorales del 8 de noviembre, “la división política contenida y expresada durante el ciclo electoral que se cierra en 2016 tuvo como dilema central poner a prueba la capacidad del sistema de ajustarse y sobrepasar sus contradicciones, o seguir manifestando estancamiento y falta de funcionalidad, para regir los destinos de la nación en la etapa contemporánea”.[7]
 
*  Sociólogo y politólogo del  Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de La Universidad de La Habana. Miembro del Grupo de Trabajo de CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos.”
[1] Carlos Malamud, “Incógnitas de la futura relación entre EEUU y América Latina”, en: http://www.infolatam.com/2016/11/13/incognitas-de-la-futura-relacion-entre-ee-uu-y-america-latina/
[2] Marco A. Gandásegui, “EE UU, elecciones 2016”, en proceso de publicación por la página web de ALAS.
[3] Jesús Velasco,  “Análisis Posdebate: ¿Qué es Trump?”, en Aristegui CNN, http://www.writtenepisodes.com/watch-video/F49-Fx-d8lk/Aristegui%20y%20Jesus%20Velasco
[4] Véase Sean Wilentz, The Age of Reagan: A Histori (1974-2008), Harper Collins Publishers, New York, 2008.
[5] Véase Theda Skocpol and Vanessa Williamson, The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism, Oxford University Press, New York, 2012.
[6] Véase Robert Kagan, “Trump is the GOP’s Frankenstein monster”, The Washington Post, February 26th,  2016.
[7] Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona, “La victoria de Trump (segunda parte”, en , http://www.trabajadores.cu/20161113/la-victoria-de-trump-una-aproximacion-preliminar-ii-parte/. La Habana, 13 de noviembrde de 2016.
 

Sobre el Autor