Juego de Tronos: Lucha de derechas ecuatorianas del siglo XX y XXI

Juego de Tronos:  Lucha de derechas ecuatorianas del siglo XX y XXI

Por Alberto Acosta, John Cajas Guijarro
21 de febrero de 2017
 
Después de un prolongado dominio electoral, que giró alrededor de Rafael Correa -el caudillo del siglo XXI-, las elecciones de 2017 en Ecuador han creado incertidumbre entre dos posibilidades: que el país defina a su gobernante por los próximos cuatro años en una segunda vuelta electoral, o que continúe en manos del correísmo en primera vuelta. Tal incertidumbre nació por el manejo de todo el proceso de votaciones, especialmente por parte del Consejo Nacional Electoral: retrasos al presentar resultados oficiales (aun cuando éstos se esperaban “en cuestión de horas”); “fallas técnicas” en difundir resultados; actas con inconsistencias; un conteo rápido oficial cancelado; encuestas que solo generaron incertidumbre; elecciones con tintes autoritarios (p.ej. denuncias de alteración de las papeletas electorales); problemas para que Participación Ciudadana presente su conteo rápido; etc. En fin, se dieron múltiples denuncias de potencial fraude que incluso provocaron protestas frente al Consejo Nacional Electoral
En definitiva, el aroma de fraude es inocultable, independientemente del resultado final. Y afectará a cualquiera que sea el ganador: si gana el correísmo en primera vuelta, terminará débil y deslegitimado, y si gana en segunda vuelta, la manipulación electoral le hará sombra y pesará en su contra; si hay segunda vuelta y gana Lasso, su victoria no sería con un verdadero apoyo popular, sino el resultado de un voto útil contrario al correísmo. Semejante incertidumbre augura un futuro aún más conflictivo y el inicio de una grave crisis política e institucional. Situación que llega a su punto más alto en la confrontación entre la derecha del siglo XX -representada en este momento en Lasso- y la del siglo XXI -representada en estas elecciones en el correísmo sin Correa-. Una lucha entre quienes se disputan el poder sacando lo peor de sí, sin representar genuinamente los intereses de los estratos populares.
Ahora, cabe anotar que previo a la pugna Moreno-Lasso, ni siquiera las viejas derechas del siglo XX -representadas en Lasso y Cynthia Viteri (apoyada por el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot)- pudieron conciliar intereses y unificar listas. Tal fragmentación de la vieja derecha, y hasta los pactos que el correísmo logró con grupos de poder, hicieron que la vieja derecha no pueda asegurar la segunda vuelta. Todo esto denota la enorme complejidad, y quizá hasta la crisis de las clases dominantes en el país actual, en donde se vive una verdadera “lucha de tronos”. Pero, a pesar de semejante heterogeneidad, fragmentación y pugna entre derechas, en lo medular, todas terminarán haciendo lo mismo para mantenerse en el poder: exacerbar la explotación al ser humano y a la Naturaleza.
En este complejo escenario, las fuerzas populares deben redoblar su resistencia, independientemente de quién sea el triunfador final en las urnas. Semejante lucha se complica aún más al recordar que el candidato más cercano a las izquierdas, Paco Moncayo, alcanzó una baja votación, a pesar de que el correísmo está debilitado (a diferencia de 2013, cuando la imagen de Correa estaba en su mejor momento). Solo esto ya genera varias interrogantes: ¿Dónde quedaron los votos de la izquierda? ¿Qué le falta a la izquierda para ser una auténtica alternativa electoral? ¿Cómo hacer para que los proyectos de izquierda no terminen volviéndose hacia la derecha? ¿Cómo las fuerzas populares pueden construir opciones reales de poder en la actualidad y bajo las actuales reglas del sistema democrático?
A pesar de estas y muchas otras incertidumbres, el enfrentamiento entre el binomio Moreno-Glas impuesto por el caudillo, y el binomio Lasso-Páez establecido en conciliábulos empresariales, plantea varias certezas. Aun cuando su lucha aparente ser encarnizada, los candidatos de ambas derechas coinciden en varios ámbitos: económico, político, derechos y libertades individuales (incluyendo sexuales), etc. Si bien sus orígenes y discursos difieren, y sus simpatizantes hasta se confrontan, sus acciones anticipan cómo sería su gobierno desde múltiples puntos comunes. Básicamente, luego de la primera vuelta electoral, tenemos a dos grupos de poder que se disputan la batuta para llevar al país hacia un nuevo neoliberalismo, camino que ya empezó a ser trazado por Rafael Correa.
Lenín Moreno y su binomio, Jorge Glas, con larga experiencia gubernamental, sostendrán la propuesta de Correa. Propuesta que, como ya hemos mencionado en varias ocasiones, es el retorno a un neoliberalismo híbrido, un “neoliberalismo transgénico” pero neoliberalismo al fin y al cabo. Ambos, Moreno y Glas, en su papel de vicepresidentes-sombra del caudillo, mantuvieron “perfiles bajos” pero, en especial Glas, ganaron influencia dentro del gobierno. Por eso, ambos sintetizan -de alguna manera- una serie de corrientes e intereses al interior del movimiento político gobernante, Alianza País (cuya unidad interna ya plantea serias dudas). Solo recordemos todo el misterio al momento que Alianza País definía a su candidato presidencial.
A eso dejemos apuntado también que la carta de presentación del binomio Moreno-Glas fue su anuncio de ser el gran ganador en primera vuelta, anuncio hecho en medio de un ambiente electoral oscuro, matizado por el hedor a fraude, e incluso con un Jorge Glas que, cual “vidrio empañado”, se volvió una carga para la candidatura de Moreno (incluso Glas fue recibido con abucheos y gritos de “¡fuera Correa, fuera!” al momento de sufragar).
Mientras que así se presenta el binomio correísta, el presidenciable del binomio de CREO, Guillermo Lasso, no es nuevo en política. Ya fue funcionario público: fue gobernador del Guayas -principal provincia del país- y superministro de economía del entonces presidente Jamil Mahuad, gobernante de ingrata recuerdo en amplios sectores de la sociedad, derrocado en el año 2000. Mahuad, actualmente prófugo, estuvo al frente del Estado durante la grave crisis del tornasiglo, en la cual se impuso la dolarización y se dio el salvataje bancario. Ese salvataje, y otras acciones propias del ajuste neoliberal, hundieron en la pobreza a millones de habitantes de este pequeño país andino. Pocos años después, Lasso entró de lleno a la política electoral, enfrentando a Correa en las elecciones del 2013. Junto con Lasso, se presenta el vice-presidenciable Andrés Páez, jurista que saltó de la socialdemocracia en crisis hacia la derecha pura y dura.
Estos son algunos puntos de partida a tener presente para cualquier análisis de lo que podría ser un gobierno, ya sea de Moreno-Glas, o de Lasso-Páez. Ambos binomios representan intereses de grupos de derecha, que se disputan el poder precisamente luego de que Correa encaminara al Ecuador hacia un nuevo neoliberalismo.
Sin usar largas reflexiones, hay unas cuantas conclusiones básicas que rodean al “choque” entre las dos derechas. Al cabo de un poco más de diez años de correísmo, el período 2007-2017 es la década desperdiciada. No solo se vivió el gobierno de mayor tiempo ininterrumpido en funciones, sino el régimen con más ingresos en toda la historia republicana. Correa contó durante años con el mayor respaldo popular de las últimas décadas (incluso su victoria de 2013 no fue tan problemáticas como está resultando la “victoria” de 2017). Su gobierno tuvo una Constitución que le habría facilitado el camino institucional para transformaciones estructurales. Y todo con un ambiente internacional, sobre todo sudamericano, propicio para cambios serios tanto económicos -por los elevados precios del petróleo- como políticos e integracionistas, pues -como pocas veces- hubo un escenario favorable al progresismo, desde Venezuela a Chile, exceptuando Colombia y Perú; momento en que EEUU tuvo una posición hasta tolerable.
El saldo de la década es pobre. Se redujo la pobreza, pero aumentó la concentración de la riqueza como nunca antes, ganaron desde las grandes corporaciones hasta los bancos; una situación entendible por la redistribución de una parte de los elevados ingresos fiscales sin afectar la modalidad de acumulación capitalista. En palabras del propio Correa: “no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí es nuestra intención tener una sociedad más justa y equitativa”. No se redistribuyó ni la tierra ni el agua, menos aún otros medios de producción. Igualmente en palabras del propio Correa: “la pequeña propiedad rural va en contra de la eficiencia productiva y de la reducción de la pobreza… repartir una propiedad grande en muchas pequeñas es repartir pobreza”. No se afectaron las estructuras oligopólicas de los mercados. No se transformó la “matriz productiva”, sino que se profundizaron los extractivismos: extractivismo agrario, en favor de los agronegocios y en detrimento de los campesinos; extractivismo petrolero, ampliando la frontera petrolera al sur de la Amazonía y enterrando la revolucionaria Iniciativa Yasuni-ITT (por manifiesta incapacidad de Correa); extractivismo minero: Correa resultó el mayor promotor de la megaminería, llegando incluso más lejos que los anteriores gobiernos neoliberales. Se mantuvo la elevada dependencia importadora en insumos y “bienes de capital”. Y la economía queda altamente endeudada, con una producción paralizada ya por casi tres años según cifras oficiales (si no es más…) y una dolarización en condición incierta.
Solo tengamos presente que el proceso de agresivo endeudamiento público, incluyendo el retorno del Ecuador al redil del FMI, se dio en 2014, cuando los precios del petróleo aún bordeaban los cien (100) dólares por barril. Y súmese a lo anterior, en este apretadísimo resumen, la corrupción que ahoga a todo el gobierno en casos como: Odebrecht; Refinería de Esmeraldas; Refinería del Pacífico; preventas petroleras; mal manejo de disputas con petroleras extranjeras (p.ej. caso del campo Palo Azul con Petrobras); hidroeléctricas con retrasos y aumentos drásticos en precios; onerosos gastos en “nuevas” universidades, con sueldos despegados de la realidad ecuatoriana; abandono de empresas públicas en sectores vitales (p.ej. ENFARMA, TAME); privatización de activos públicos (p.ej. venta de gasolineras de Petroecuador); entrega de campos petroleros y potenciales desvíos de fondos de inversión petrolera al presupuesto general (p.ej. Auca y Sacha); apoyo al capital transnacional en telecomunicaciones (p.ej. renovación de contratos con Claro y Movistar en 2008); y un largo etcétera…
En el campo de la política la década no es alentadora, ni siquiera para el correísmo. Es innegable que el país vivió una larga estabilidad explicable, en especial, por el consumo exacerbado o consumismo incentivado con la modernización capitalista. Inclusive la aceptación del presidente Correa tiene su fundamento en ese punto, por eso se anticipó oportunamente que cuando el correísmo ya no pueda sostener el consumismo, entrará en crisis política. También la “estabilidad” se logró con esquemas represivos exacerbados en 2015, incluyendo la detención de centenares de manifestantes.
Pero esa “estabilidad” parece llegar a su fin. La imagen de Correa se ha deteriorado aceleradamente luego de las elecciones de 2013. Hay un debilitamiento sostenido de la hegemonía que ejercía el correísmo. Tal situación se observa, por ejemplo, en las votaciones que no fueron hacia el binomio oficialista en 2017: incluso con datos oficiales, más del 60% de votos válidos no fueron para ellos, porcentaje mayor si se toma en cuenta a nulos y blancos. Si a ese bajo apoyo popular sumamos el manejo -nada transparente- del proceso electoral, y la crisis económica, quizá ya podemos pensar en una crisis de la hegemonía correísta.
Lo cierto es que, desde hace ya varios años, sabemos que Correa no estaba para alternativas, mucho menos para revoluciones. Peor aún, ya con la evidencia de la historia, podemos ver que Correa nunca ha estado para utopías como aquellas que inspiran al Buen Vivir o sumak kawsay.
La recuperación del Estado, que impulsó Correa, devino en desmedro del fortalecimiento de la sociedad. Así el Estado fortalecido ha servido para imponer autoridad, disciplina, orden y hasta para modernizar la explotación capitalista al ser humano y a la Naturaleza. Y, lo más perverso, todo en nombre de la Patria, del “progreso” y del propio Buen Vivir.
En síntesis, Correa enterró pronto las propuestas de cambio iniciales, y se transformó en el caudillo del siglo XXI. Así, al no haber generado una acción política radical, que cambie las estructuras sociales y económicas, Correa se ahogó en los discursos. De ese modo, luego de unos cuantos intentos postneoliberales, volvió al neoliberalismo. Lo logró usando un Estado modernizado y fortalecido, que le permitió alcanzar “logros” inalcanzables para los gobiernos neoliberales anteriores; como, p.ej., la mencionada megaminería, que aparte de la destrucción ambiental y humana que provoca, ni siquiera en términos económicos generaría al país grandes ingresos.
Yendo incluso más lejos, ante una potencial victoria de Lasso en segunda vuelta, desde ya podemos decir que el principal promotor de semejante victoria será el propio correísmo. Fueron las prácticas y fallas correístas las que políticamente hundieron a cualquier opción real de izquierda. El correísmo creó una imagen falsa de la izquierda que, tarde o temprano, se va a pagar muy caro.
El saldo, entonces, no permite confusiones. No están en juego dos formas de entender el Estado y, menos aún, la posibilidad de plantear alternativas profundas. Las dos son opciones de derecha, con diferencias confundidas en los matices. Recordemos que el correísmo se concentró en modernizar el capitalismo, dando al Estado toda una institucionalidad autoritaria. Lasso tendría el mismo objetivo modernizador, con mayor presencia empresarial, pero sin desmontar totalmente el Estado (especialmente para efectos de control y represión): la derecha parece que ya aprendió la lección, luego del anterior fracaso neoliberal. Esto es aún más complejo si la vieja derecha, que tiene una larga experiencia en esta materia, replica el “éxito” correísta al mantener la actual institucionalidad autoritaria y antidemocrática.
Moreno, por su forma de ser, sería un presidente menos prepotente y autoritario, a diferencia de Correa. Viviríamos una suerte de correísmo sin Correa, aunque eso sí, con Glas en el gobierno y Correa en el poder. Y Lasso sintetizaría una suerte de correísmo 2.0, es decir, un correísmo sin Correa ni Glas, en donde el Estado pierda algo de presencia (no toda) pero que, en esencia, terminará haciendo lo mismo que el gobierno de Correa: modernizar nuestro capitalismo dependiente e impulsar una restauración conservadora.
En ambos casos seguiremos con el correísmo al fin y al cabo. Y, desde múltiples trincheras y desde las calles, las fuerzas populares seguirán en la lucha.-

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