México: problemas mayores

México: problemas mayores

                                                                                                  José Valenzuela Feijóo.[1]

I.-Unidad Nacional: ¿para qué y entre quiénes?                                                                 

            El modelo neoliberal mexicano, vigente en el país desde 1982, ha provocado efectos   desastrosos en el grueso de la población mexicana. Luego de tres décadas y media de vigencia, el producto por habitante está cuasi estancado, la distribución del ingreso se ha tornado brutalmente desigual y al finalizar el 2016, la población que opera en ocupaciones informales (la marginalidad) se acerca a un 60% del total. Y las perspectivas para los próximos dos años son aún peores. En el país, el modelo neoliberal ha perjudicado a la aplastante mayoría. Y de acuerdo a estudios muy serios, ha beneficiado a un delgado 3-5% de la población.

            En este marco, el triunfo de Trump en EEUU, de acuerdo a sus declaraciones, podría provocar un serio quebranto en el funcionamiento del neoliberalismo mexicano. Esto, a partir de la política proteccionista y de reestructuración del TLC que impulsa Trump. Con ello, los que en México se han beneficiado del modelo, han entrado en estado de shock. El mundo se les viene encima y el terror los sobrecoge. También, entran en una especie de crisis de credibilidad: ¿cómo es posible que el gran patrón, el gran orientador y gurú, los empiece a traicionar? ¿Es decir, cómo es posible que les cambie las reglas del juego y que, como en tiempos de los reyes merovingios, empiece a adorar lo que había quemado y a quemar lo que había adorado, digamos el mal llamado “libre comercio” (que de libre nada tiene)?

            La reacción de la cúpula neoliberal (banqueros, exportadores, políticos que les sirven) ha sido bastante patética: “Trump está loco” (antes sostuvieron que su triunfo era imposible), “Trump no sabe de teoría económica” (¿no es sabihondo como Videgaray?), “Trump se estrellará contra las duras realidades, al igual que todos los populistas”. Todas estas manifestaciones son simples expresiones de miedo, de quien ve que de súbito se le aparece la guadaña de la muerte. Y se puede constatar que no hay ningún afán por entender racionalmente el porqué del triunfo de Trump. Y no es necesario invocar al Dr. Freud o a Carl G. Jung, para advertirlo: el triunfo de Trump es una muy clara expresión política del fracaso y crisis estructural del modelo neoliberal en los Estados Unidos.

            El bloque de poder o cúpula neoliberal mexicana tiene razón en algo no menor: las orientaciones de política económica que pudiera impulsar Trump deben atascar y dañar seriamente el funcionamiento del modelo económico que tanto los ha beneficiado. Y como es lo usual en todas las clases dominantes, piensan o proclaman que lo que es bueno sólo para ellos, es bueno para todo el país. Por lo mismo pasan a señalar lo que creen es una igualdad matemática: lo malo para el neoliberalismo mexicano es también muy malo para el pueblo mexicano.

            En consecuencia, han pasado a propagandear la necesidad de una unidad nacional : “todos en defensa de la patria amenazada”. En lo cual, según señala la regla, por “patria amenazada” se entiende “el modelo neoliberal mexicano amenazado”. Como tal vez diría Salinas, emulando a Thiers, “la patria soy yo, queridos compatriotas”. En resumen, lo que es el interés particular de la clase o fracción dominante, se presenta como el interés general de la nación, de todas las clases, incluyendo a las más perjudicadas. Esta transfiguración, es lo propio de toda ideología dominante, la que no es sino la ideología particular y propia de la clase dominante. La contraparte de ese dominio ideológico de los de arriba, valga el recuerdo, es la vigencia de un pueblo “masoquista”. Y un pueblo es masoquista cuando apoya a la clase que lo explota. Es decir, cuando no tiene conciencia de cuáles son sus reales intereses. Los cuales, en el caso que nos interesa son absolutamente opuestos al esquema neoliberal.

            En este llamado a la unidad nacional para defender al neoliberalismo mexicano, resalta también el papel de los politicastros (¿o sirvientes?) de siempre. Es el mismo Presidente del Senado (militante del PRD) el que solícito ha llamado a “la unidad nacional para defender a la patria amenazada.” En verdad uno no debería sorprenderse ante estas actitudes. Son lo propio de los políticos que algún tiempo atrás, con total justicia, se calificaban como “mädchen fur alle”.

            Para el pueblo, para la inmensa masa de los perjudicados por el modelo neoliberal, ¿cuál pudiera ser la alternativa? Obviamente, la única salida racional y justa es la completa liquidación del modelo neoliberal. Y es en torno a esta meta central que el pueblo debe llamar a la unidad nacional. Es decir, contraponer a la unidad neoliberal, la unidad del pueblo mexicano. Y no confundir lo que es el México neoliberal con el México que responde al pueblo mexicano. Entre uno y otro hay diferencias abismales y del todo antagónicas: lo que es bueno para unos es muy malo para los otros. Esta es la real disyuntiva que deberá afrontar el país en los meses que vienen.

            En todo caso, conviene advertir: una salida de corte popular no es la única opción ante la crisis neoliberal. Cuando las crisis son muy profundas, se suelen abrir no una sino varias opciones o rutas de salida. Tampoco son múltiples y mucho menos arbitrarias: en la historia, el “libre albedrío” no lo manejan ni los curas. Dejando los buenos deseos para las abuelitas (no las de Caperucita), se puede indagar en lo que el presente encierra como posibilidades históricas.

En corto, ¿qué alternativas se pueden perfilar en el país?

Una, puede ser la preservación del modelo neoliberal. Equivale a hundirse en un pantano pestilente que aniquila y descompone todo. En ausencia de fuerza política opositora puede ser la “alternativa”.

Dos, pudiera emerger una solución autoritaria de ultra-derecha, encabezada por militares y apoyada por el gobierno de EEUU. La penetración del narco, la descomposición económica, social y moral, pueden ser su justificación. Y siguiendo el ejemplo de Trump y de movimientos más o menos análogos en Europa y otras latitudes, esta ruta podría asumir algunos ingredientes populistas.

Tres, una alternativa de ruptura con orientación socialista. Por ahora, con fuerza escasa y muy poco probable. A la larga-larga, con un potencial muy elevado.

Cuatro: una alternativa demo-burguesa. Esta ruta enarbolaría un programa de industrialización que rescatara el mercado interno y que recibiera un fuerte apoyo o impulso del Estado. Asimismo, que mejorara la distribución del ingreso y el peso de las ocupaciones productivas.

En términos de su potencial político, es posible que las alternativas dos y cuatro sean las más probables en el plazo corto y medio. En términos de su contenido democrático, es claro que las alternativas tres y cuatro, son las únicas que pueden satisfacer esos principios. Con un agregado a subrayar: la alternativa demo-capitalista llega a ser satisfactoria y plena sólo en la medida que exista un fuerte movimiento socialista que la presione y empuje.

II.- El capital financiero-especulativo como general en jefe

            En el México neoliberal, las fracciones de clase que se sitúan en el Bloque de Poder son básicamente: a) La gran burguesía financiero-especulativa; b) los grandes monopolios exportadores; c) los grandes capitales localizados en el sector de no transables. O sea, corporaciones que producen bienes (o servicios) que, por su naturaleza, no están sujetos a la competencia externa. En estos tres sectores, sobremanera en a) y b), el peso del capital extranjero es fuerte y creciente. En calidad de fracción dirigente, podemos suponer (suponer, pues también hay elementos en favor del gran capital exportador) que es la gran burguesía financiera la que ocupa tal posición en el seno del bloque de poder. Por lo tanto es la fracción clasista que, en última instancia, decide el modelo o estrategia de desarrollo, las bases de la política económica y las del relacionamiento externo. Como quien dice, es el “capitán del buque”.

            Por capital financiero, en esta nota, entendemos el que funciona como capital dinero de préstamo. O sea, el que opera en la banca y organizaciones bursátiles. Este tipo de capital gana (i.e. se apropia de plusvalía) con cargo a: i) los intereses que cobra por los préstamos que realiza; ii) las ganancias de capital que puede lograr. Estas, son las ganancias que se logran ante cambios favorables en el valor de los activos financieros (acciones, papeles públicos, títulos de deuda, etc.) que se poseen. Estos activos, también son denominados “capital ficticio”. Pueden operar como contraparte del capital real (activos fijos, máquinas y equipos) pero también se pueden independizar de éste y desplegar una fuerte autonomía.

            Este capital, por su localización en el espacio circulatorio, no se encarga de la producción de plusvalía pero si se la apropia. En este sentido, es improductivo y también se cataloga como “parasitario”: vive a costa de lo que otros producen. Ello, en tanto se apodera del valor generado, sin intervenir en su producción. Por lo mismo, por su localización y afanes, es un capital que se desliga de la ciencia y la tecnología que exigen los procesos industriales. En otras palabras, no necesita ni de la física, ni de la química ni de la biología. Ni de los procesos tecnológicos que se asocian a tales ciencias básicas. En este sentido, para nada es casualidad que sus ideólogos (o más bien “teólogos”) piensen que el desarrollo industrial no tiene mayor importancia en el desarrollo de un país.

            El capital financiero opera con intereses que son contrapuestos al capital industrial. Este, junto con apoderarse de la plusvalía, se encarga también de su producción. Si aumenta el ingreso del capital financiero, a igualdad de otras circunstancias, cae la parte del excedente (o plusvalía) que es apropiado por el capital industrial. Y vice-versa.

            La evidencia empírica también nos muestra que cuando el capital financiero ocupa posiciones dominantes, la economía: i) crece a bajos ritmos o se estanca; ii) se torna más inestable. Como estas consecuencias, sobretodo el estancamiento, se combinan con el consumismo más alienado y la idolatría enfermiza por el dinero, podemos ver que se cae en una trampa o conflicto mayor: se quiere gastar más produciendo menos.

            Cuando el aspecto especulativo del capital dinero de préstamo es el que prevalece, se producen consecuencias de vasto alcance. Primero, se pasa a ganar más (bastante más) con la misma especulación que con el cobro de intereses. Segundo, el mismo capital industrial productivo se empieza a descomponer: aplica una parte creciente de sus ganancias a la inversión especulativa y descuida su inversión productiva. Tercero: emergen las denominadas “burbujas especulativas” que pasan a atraer a casi todos los inversores. Con lo cual, se retroalimentan y, a la vez, preparan las condiciones de un estallido financiero mayor. Marx, apreciando el fenómeno en un sentido general, indicaba que el sistema de crédito “aparece como la palanca principal de la superproducción y del exceso de especulación”. A la vez, apuntaba que el sistema de crédito termina por convertirse en “el más puro y gigantesco sistema de juego y especulación.” (cf. “El Capital”, Tomo III, pág. 419. FCE, México, 1974).

            La especulación está basada en apreciaciones de orden subjetivo, en la capacidad  para difundir rumores favorables al gran especulador, a las trampas y engaños. Para todo esto, la imbricación entre el gran capital especulativo, las altas esferas del Estado y los monopolios televisivos (de medios de comunicación en general) resultan claves para alimentar las creencias falsas y el aprovechamiento de ellas por los grandes especuladores. En breve, se trata del engaño y las mentiras utilizadas como armas “productoras” de ganancias. Mackie el cuchillero y asaltante de medio pelo, el famoso personaje de Brecht, decía en célebre discurso: “Señoras y señores, ante ustedes se encuentra, en vísperas de desaparecer, el representante de una clase que también va desapareciendo. Nosotros, pequeños artesanos burgueses, nosotros que abrimos con nuestras honradas ganzúas las niqueladas cajas registradoras de los pequeños negocios, somos devorados por los grandes empresarios, detrás de los cuales están las grandes instituciones bancarias. ¿Qué es una ganzúa comparada con un título accionario? ¿Qué es el asalto a un banco comparado con la fundación de un banco?” (Bertold Brecht, “La ópera de dos centavos”, en Teatro Completo, vol. 3, pág. 89. Alianza, Madrid, 1989).

            Keynes, el gran ideólogo de la burguesía industrial, en texto célebre señalaba que “los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquel se realice mal.” (J. M. Keynes, “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, pág. 145. FCE, México, 1974). Marx, que califica a los especuladores de verdaderos “bandidos”, se refería también al impacto de desintegración social y moral que provoca el capital especulativo. Por ejemplo, escribía que en la Francia de 1848-50, “mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regentaba la administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos organizados y dominaba la opinión pública mediante la situación de hecho y mediante la prensa, se repetía en todas las esferas, desde la corte hasta el cafetín de mala muerte, la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada.” Y agregaba: “la aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpen proletariado en las cumbres de la sociedad burguesa.”(C. Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”; en M-E., OE, T.I, pág. 212. Edit. Progreso, Moscú, 1979).

            El elemento de descomposición moral inherente al capital financiero-especulativo, se tiende a desparramar por todo el edificio social. Se trata de ganar sin trabajar, de consumir sin producir. De vivir por medio de trampas. Es el lema de los parásitos. También de los sinvergüenzas. Pero hay algo más. Como la supremacía del capital financiero va asociada a un régimen económico que no crece ni crea ocupaciones productivas, empieza a crecer como espiral el desempleo, la marginalidad y la miseria. De hecho el país empieza a convertirse en una sociedad de pequeña burguesía lumpenizada y pauperizada. La cual, vive en condiciones infrahumanas y, como regla, al margen de la ley y de los códigos morales más elementales. En suma, los de abajo también entregan, forzadamente, su contribución a la debacle moral que azota al país. Estos segmentos son políticamente muy volátiles y suelen manejarse más con rabia que conciencia. Por ejemplo, en el reciente gasolinazo de enero, se han movilizado con gran fuerza. Asaltan a gasolineras y super mercados. Pero pareciera que buscan más que el impacto político necesario, hacerse de televisoras, colchones, licuadoras, etc. Algunos personeros se asustan y reclaman por dicho “vandalismo”. Son los mismos que con cargo a un decreto equis se auto-autorizan bonos de gasolina, aguinaldos y prebendas gigantescas. Son los “vándalos de cuello y corbata”. En breve, el lumpen que camina por las alturas del poder. Pareciera un movimiento de pinzas que ahorca más y más a la nación mexicana.

            Como para recordar el “lama, lama sabacthany” de Jesús en el Gólgota.

III.- DESCOMPOSICIÓN SOCIAL.

 

                         “Todo caído para no nacer nunca” (Neruda).

            ¿Qué es una sociedad? En principio, es un proceso de interacción entre grupos e individuos. Con un agregado que es esencial: se trata de una interacción sujeta a determinadas normas o pautas. O sea, se trata de nexos regulados.

            Las pautas o normas sociales, no se deben confundir con prescripciones de orden legal, con las leyes. Pueden coincidir y, no pocas veces, discrepar. Y no siempre son explícitas. Lo que importa es su rol como reguladoras de la actividad social.  Son ellas, las que nos dicen: si usted se ubica en determinada posición social enfrentando a otra persona que está ocupando otra posición social, debe desplegar tal o cual conducta y, a la vez, esperar de la otra persona una muy determinada conducta.

En principio, podemos entonces sostener: las normas sociales: i) nos evitan vivir en la improvisación perpetua; ii) nos evitan sorpresas-que pueden hasta ser fatales- en la conducta del otro, del que conmigo se relaciona. En realidad, sin el artilugio de los sistemas sociales, el sistema nervioso del ser humano colapsaría en plazos muy cortos.

            Pero hay algo más radical. ¿Cómo resuelven los seres vivos el problema de su continuidad (i.e. vida) individual y generacional? Lo hacen, desplegando cierto tipo de conductas que son adaptativas respecto al medio externo y que le permiten justamente vivir. Estas conductas, en los seres vivos más sencillos, vienen determinadas completamente por la herencia biológica. Luego, en los seres vivos más complejos, encontramos conductas adaptativas que implican cierto aprendizaje. Por imitación, vg. en   los mamíferos. En los humanos, el dato biológico proporciona ciertas potencialidades, pero no alcanza a resolver, por sí solo, el problema de la vida. Lo que aquí pasa a jugar un rol básico es la herencia socio-histórica. O sea, se transmiten las conductas que se han acumulado a lo largo de la historia del homo sapiens y que, obviamente, han sido eficaces en el pasado. Como escribía Ralph Linton, “la herencia social de los seres humanos (…) ha adquirido una doble función: sirve para adaptar al individuo a su lugar en la sociedad, así como a su ambiente natural”. Si así son las cosas, el lenguaje abstracto (algo exclusivo del homo sapiens) pasa a jugar un papel clave. ¿Por qué? Porque permite hablar de tales o cuales sucesos en ausencia de esos sucesos y, por esta vía, educar a las nuevas generaciones respecto al qué hacer si tales circunstancias se vuelven a presentar. Con lo cual, el repertorio de respuestas adaptativas (o funcionales) que adquiere el ser humano resulta muy elevado Es de lejos, superior al de otras especies vivas.

            Las posiciones (“status”) y roles son casi infinitas. Y se suelen agrupar en torno a la satisfacción de algunas funciones sociales básicas. Estas “agrupaciones” se denominan “instituciones” y se pueden identificar las económicas, las políticas y las ideológico-culturales. Las instituciones económicas regulan las actividades de producción, las políticas regulan las prácticas que buscan preservar o transformar al sistema social y las instituciones culturales regulan las actividades de orden cultural-ideológico. En su conjunto, estas instituciones básicas configuran el sistema social. Del sistema social (de sus normas sociales), se ha dicho que funciona como el libreto de una obra de teatro, en que los individuos y grupos que conforman la sociedad funcionan como actores de la obra.

            ¿Cómo se aprenden los roles, cómo opera el llamado “proceso de socialización”? Este, empieza desde el mismo nacimiento (vg. por el color de la ropa), transcurre en el seno de la familia (¿clase alta, clase baja?, ¿urbana, rural?), de la escuela (¿privada, estatal?), de los grupos de amistad, en el trabajo, etc. Al cabo, si el proceso ha funcionado bien, los individuos saben qué hacer en las circunstancias del caso. Es decir, como buenos actores, han aprendido el papel que les toca representar.

            Para afiatar o “encementar” estas pautas de conducta, todas las sociedades manejan un determinado “corpus” moral. O sea, se premia a los que cumplen las prescripciones de la posición-rol del caso y se castiga a los que se desvían. Tal es la función de los valores y normas morales. Hay normas sociales que se consideran “sagradas” (los “mores”) y otras menos decisivas (los “folkways”). La infracción de éstas opera como una especie de pecado venial. No respetar a las primeras, ocasiona rechazo, ostracismo y hasta espanto moral. Hasta el mismo infractor pasa a sentir una culpa horrible y como el personaje de Dostoyevsky, termina por exigir el más duro castigo.

            Los sistemas sociales nunca son perfectamente coherentes. Siempre operan con algún desajuste. O sea, hay conflicto de normas: lo que una exige, otra lo prohibe. Si el conflicto se localiza en zonas no significativas, la sociedad marcha sin problemas. Pero si se localiza en áreas vitales (vg. a nivel de las relaciones de propiedad) la sociedad se cimbra muy fuertemente: se sitúa en el entorno de un cambio social mayor y se configuran bandos en lucha: unos por preservar y otros por transformar radicalmente el orden social.

            Cuando un sistema social empieza a desfallecer, la moral que le es funcional también empieza a perder eficacia. En el orden feudal y tradicional, por ejemplo, la mujer debía permanecer en su casa dirigiendo y ejecutando las tareas domésticas. Es el mundo de lo que Fray Luis describiera como “La perfecta casada”. Hoy esas pautas y valores resultan despreciables. Por lo menos en los países más desarrollados, se premia a la mujer que tiene un trabajo formal y que es autónoma, dueña de sí misma. Digamos, que se sitúa en un plano similar al del varón. Para nuestros propósitos el punto a subrayar sería: cuando un sistema social y la moral que le acompaña empieza a desfallecer y desintegrarse, este movimiento de huida va acompañado por otro de llegada: empieza a emerger un nuevo orden social y la correspondiente nueva moral. Con lo cual, se cumplen dos cosas: a) se despliega un proceso histórico: opera el movimiento, el cambio; b) a la vez, se preserva el sistema u orden social genéricamente considerado: “se han cambiado los alimentos de la dieta básica, pero no se ha suprimido la necesidad de los alimentos.”

            En ocasiones, poco frecuentes, la descomposición de lo viejo no viene acompañada por el surgimiento de lo nuevo. Las normas sociales se resquebrajan y pierden su capacidad regulatoria. Los que las respetan, se van transformando en una minoría cada vez más pequeña. Los demás, que son la mayoría, pasan a conducirse como “inmorales”. ¿Por qué? Porque no surgen nuevas normas que reemplacen a las antiguas y periclitadas. Por lo mismo, tampoco hay moral de reemplazo. De hecho, emerge y crece una vida no regulada, ajena a normas pre-establecidas y conocidas. Una especie de anomia gigantesca. Por lo mismo, tenemos que surge un tipo de vida que es: i) improvisada por los ejecutantes; ii) imprevista por los recipientes o contrapartes. En este marco, desaparece lo que se puede entender como moral regulatoria y se avanza o cae en un mundo en que todo está permitido. Y se comprende que en un mundo de ese tipo, la ansiedad y la angustia vitales se expanden en extensión y profundidad.

            Más grave aún, la reproducción de la misma sociedad y de sus integrantes, se ven seriamente afectados. Como cada cual se mueve a su antojo y el instinto más primitivo reemplaza a la razón, pareciera que se avanza a la nada. Una especie de inconsciente suicidio colectivo.

            Si tal sucede, podemos hablar de un proceso de descomposición social. Y por lo que se ve, con toda probabilidad México ha caído en ella.

IV.- ¿SE PUEDE SALIR DEL POZO?  EL PROBLEMA IDEOLÓGICO.

 

            México ha entrado en un proceso de descomposición social agudo. Esta es la hipótesis a manejar como punto de partido. ¿Hasta dónde puede llegar el proceso? Como ninguna sociedad opta por el suicidio colectivo (“el fuego no muere” decía Neruda), la pregunta es cuándo y cómo se detendrá este proceso.

            En términos ultra-abstractos, se necesita la emergencia de un nuevo ordenamiento social y la correspondiente moral que lo sancione. Esto es lo obvio, pero la pregunta relevante es el cómo puede emerger lo nuevo. Buscando la respuesta podemos ensayar la ruta de preguntar por las condiciones que pueden precipitar el cambio. Sin olvidar que entre las condiciones y el contenido sustantivo del cambio hay una fuerte conexión interna.

            A título previo, valga subrayar que el problema no se resuelve, ciertamente, con rezos ni con golpes de pecho. Tampoco con sahumerios o actos masoquistas que busquen la redención. No se debe olvidar que la causa básica es de orden estructural. Más concretamente, su origen radica en las estructuras y conductas que impone el modelo neoliberal. Éste, tiene la rara capacidad de impulsar la descomposición social, de romper con las normas sociales más elementales. En algún sentido, bien se podría decir que el modelo económico neoliberal es inmoral.

            Volvamos a las condiciones. Nos concentramos en: 1) las ideológicas; 2) las políticas. En esta nota, abordamos la primera dimensión.

            Las ideológicas giran en torno a la conciencia social, en especial la que opera en la cabeza de los perjudicados por el modelo neoliberal. Para el caso, la situación resulta patética. En algunas encuestas el pueblo mexicano aparece como el más feliz del mundo. Un abono más a la cuenta del surrealismo. Pero las encuestas no son de fiar y podemos suponer que la gran mayoría no está contenta con su situación. En algunos hay hasta rabia. Pero junto a ello, el desconocimiento de las reales causas que provocan el malestar resulta pavorosamente elevado. En un estudio de Samuel Ortiz y J. Valenzuela, se indica que entre las dos tercios a tres cuartas partes de los perjudicados por el modelo neoliberal, en las elecciones presidenciales votan por candidatos neoliberales. O sea, nos encontramos con una gigantesca falsa conciencia social. O, para usar otras palabras, de una alienación generalizada. O sea, se configura una brutal disociación entre la realidad objetiva y la percepción que de ella tienen las grandes masas. ¿Por qué emerge tamaña disonancia? No se debe a alguna insuficiencia cerebral o a una epidemia de masoquismo. La clave está en el éxito de la ideología neoliberal dominante. Tal vez el único rubro en que el neoliberalismo mexicano ha sido eficiente es en el plano ideológico: ha sido capaz de inocular, con las adecuaciones del caso, su ideología en la cabeza de los condenados. ¿Cómo? En lo básico, con cargo a la dictadura mediática que impera en el país. Si bien se examina, la TV y la radio se han especializado, con rara diligencia, en sembrar falsas ideas y falsas representaciones del mundo en que vivimos. Con cargo a este bombardeo, las telenovelas y programas idiotas de televisa, han llegado a ser “casi-realistas”, una especie de “cuadros de costumbres.” Como alguien pudo decir, si se trata de implantar alguna reforma educativa lo primero sería incautar al monopolio televiso en favor de contenidos decentes y menos idiotizantes.

            La ideología neoliberal ha penetrado incluso a personeros del calibre de López Obrador. Por ejemplo, cuando habla de preservar la autonomía del Banco Central, de manejar finanzas públicas contablemente equilibradas, etc. O bien, en un plano más político, Amlo acaba de señalar que “vamos al cambio por la vía de la concordia, de la paz y de la fraternidad” (La Jornada, (6/01/17). Y uno se pregunta, ¿de “concordia y fraternidad” con los grandes banqueros, nacionales y extranjeros? ¿Con los grandes monopolios de la comunicación? En realidad, estos son mensajes propios de Santa Claus o de la abuelita de Caperucita. Suele suceder: los políticos convencionales siempre caen en la trampa de repetir los mitos de la clase dominante para no asustar a las furias del poder. Con lo cual, amén de no convencer a los de arriba, reproducen el engaño para los de abajo. Por ejemplo, ¿cómo romper con el neoliberalismo si no se nacionaliza a la banca? ¿Si no se rompe con el mal llamado “libre comercio”?  ¿Está prohibido aplicar aranceles?

              Hay también conductas políticas que influyen en la conciencia social. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales del 2016, todo indica que en votos ganó AMLO pero fue, elegido Calderón. Luego, a los pocos meses de la elección, la directiva del PRD empezó a negociar alianzas electorales con el PAN. ¿Qué puede aprender el pueblo de conductas tan barrocas? ¿Se le enseña a identificar a sus grandes enemigos? Probablemente, amén de más confusión, la lección que sacan las grandes mayorías es que los políticos no son más que una bola de oportunistas. Y que la política es pura suciedad. Y ciertamente, el apoliticismo de las grandes masas, para nada favorece la opción por un cambio social mayor. Por lo menos, no una conducta racionalmente orientada.

            La falsa conciencia o alienación generalizada no es independiente del tremendo proceso de marginalización. El sector informal se acerca hoy a casi el 60% de la ocupación total. En su gran mayoría, tal segmento vive en condiciones de pobreza extrema y opera como una especie de lumpen pequeña burguesía. En estos grupos, el componente racional de la conducta es bastante bajo y, en consecuencia, son personas altamente emocionales y con una clara tendencia al resentimiento y a la rabia social. Asimismo, son muy reacios a conductas colectivas bien organizadas y con perspectivas de largo plazo. Por lo mismo, que tales sectores sean atraídos por partidos de izquierda sólidos en lo orgánico, ideológico y político, es muy difícil.

            En no pocas ocasiones estos segmentos han funcionado como bases de apoyo de movimientos fascistas (vg. en la Alemania de Hitler). También, pueden girar al otro lado del espectro político. Pero no a partir de un convencimiento racional sólido, algo que es casi imposible en estos grupos. Si giran es a partir de consideraciones emocionales.

            ¿Cómo? A partir del surgimiento de líderes con un fuerte poder carismático. La experiencia latinoamericana de los últimos años tiende a confirmar esta hipótesis. Los gobiernos más radicales han surgido impulsados por personalidades muy carismáticas (Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia) Y en México, la única oposición relativamente seria es la encabezada por AMLO. Y esto, no a partir del PRD (antes) o de Morena (ahora) sino a partir de la persona del candidato. Morena, por ejemplo, en muy poco tiempo se ha transformado en la tercera fuerza político-electoral del país. Pero sin AMLO, pudiera incluso desaparecer.

            El dilema que se perfila no es sencillo. Sin una personalidad fuertemente carismática, resulta muy difícil ganar elecciones y/o ganar el gobierno. Pero sin organización de base sólida, racional y disciplinada, nunca el pueblo trabajador podrá alcanzar una libertad sustantiva. A lo más, cambiará de “papá”: desde uno que lo maltrata a otro que lo “apapacha”. Es decir, seguirán como menores de edad.

            En suma, romper con la alienación extendida y hacerlo con cargo al desarrollo de una organización sólida y racional, se torna complicado. Pero acudir a los personajes providenciales y carismáticos, pudiera no durar más que la vida útil del ser providencial. Tal vez por ello surge una tendencia muy fuerte a que éstos se deban reelegir una y otra vez, casi ad-infinitum. Una clara muestra de que todo depende de la personalidad milagrosa. Peor aún: la evidencia empírica parece comprobar la hipótesis: cuando desaparece el jefe milagroso, no hay quien lo reemplace. Y el que lo sucede es un bueno para nada. Es un problema típico: los jefes milagrosos no preparan sucesores, eso les resulta absolutamente ajeno. Amén de que el carisma no se enseña.

            Para la clase trabajadora y la izquierda el problema es ultra-complejo: se trata de aprovechar el carisma sin doblegarse a él. Y para lograrlo, no hay más camino que el desarrollar una organización política de la clase, que sea lúcida y que funcione, al decir de Gramsci, como un órgano e intelectual colectivo. Es decir, que en un grado que alcance cierto mínimo, llegue a reflejar los contornos –o embrión- de la sociedad futura por la cual se debe luchar.

V.-        EL PROBLEMA POLÍTICO.

            Para salir del pozo hay que resolver problemas ideológicos: desarrollar una mínima conciencia de clase en los sectores populares. Pero no basta. Lo clave, al final de cuentas, radica en el espacio de la política. O sea, el espacio del poder. Y si hablamos de poder, tenemos que hablar de la naturaleza del Estado, que es la institución central del poder.

            El cambio debería permitir superar de raíz el modelo neoliberal. Y esto nos pone frente al primer conjunto de interrogantes: i) ¿qué tipo de instituciones se deben destruir, en lo económico, lo político y lo cultural? ¿Con qué se deben reemplazar?  ii) en congruencia, ¿quiénes deben estar a favor del cambio e impulsarlo? O sea, ¿cuáles debieran ser las fuerzas impulsoras o motrices?  Distinguiendo aquí las efectivas y las potenciales. En que, hoy en el país, las potenciales son bastante más amplias que las efectivas en el presente. De donde la cuestión: ¿cómo cubrir el vacío, cómo transformar la fuerza potencial en fuerza efectiva?

            Si se trata de un cambio en favor del pueblo, lo básico –como bien apunta el profesor   Jaime Ornelas- radica en construir y desarrollar poder popular, poder de los de abajo. Pero no todos coinciden en este punto. Volvamos, entonces, a preguntar: ¿Cómo acumular fuerzas?

            Citemos a Perogrullo: si los que desean el cambio no tienen fuerza, no hay cambio. Entonces, ¿cómo lograr la fuerza suficiente? En que suficiente exige comparar la fuerza propia con la que manejan los que preservar el modelo neoliberal. En términos gruesos, se pueden distinguir dos grandes estilos políticos de acumulación de fuerzas: a) la vía parlamentario-electoral; b) la vía que busca generar un poder popular alternativo, con cargo a la lucha de masas.

            La primera, organiza el trabajo político por regiones electorales y su finalidad es ganar las elecciones (presidenciales, parlamentarias, etc.). Este estilo político provoca consecuencias como: a) favorece a los liderazgos carismáticos; b) la estructura partidaria favorece el sistema de asambleas; c) privilegia el papel de dirigentes y jefes en desmedro de una base que pasa a jugar un papel pasivo: debe votar, asistir a algunas concentraciones y marchas, juntar algún dinero y nada más; d) los dirigentes, pasan a funcionar como gestores de los humildes ante los poderes establecidos; e) esta ruta tiende a focalizar el poder (que se dice buscar) donde no está. Por ejemplo, en el Parlamento; e) tiende a corromper a los dirigentes y parlamentarios populares. Como muestra la evidencia   conocida, un alto porcentaje se pasa a las filas de la clase dominante; f) no fortalece el poder de lucha de los trabajadores. Más bien tiende a reproducir su rol subordinado.

            La segunda ruta es más difícil pero también más efectiva. Como rasgos centrales tenemos: a) en la relación jefes-bases, privilegia el segundo aspecto. Para usar una frase célebre, se trata de “mandar obedeciendo”; b) concentra la actividad política en los centros de trabajo (células partidarias en centros de trabajo) y busca que los obreros empiecen a disputar el poder fabril con el capital, vía el impulso a la constitución de Consejos Obreros. O sea, opera en el mismo corazón de las relaciones de propiedad; c) en el caso de México, esta ruta es aún más compleja y peligrosa. Los grandes centros fabriles están dominados por sindicatos charros y el Gobierno no vacila en aplicar la represión más despiadada para evitar que lleguen intrusos, d) en todo caso, si la ruta prospera, acerca al poder real y, en caso de luchas más rudas, prepara mejor a la clase obrera; e) esta forma de lucha no rechaza las elecciones ni el asistir al Parlamento. Pero le da una valoración muy diferente: usa esas instancias como espacio de agitación y no como vía al poder.

            Para aprender, la actividad práctica es vital. Y es en la lucha como la clase obrera aprende a identificar amigos y enemigos, conductas eficaces y conductas erróneas. ¿Cómo diseñar los pliegos de reivindicaciones, por salarios, por seguridad laboral, etc.? ¿Cuándo empujar por una huelga, cuándo no empujar? ¿Cuándo tomarse la fábrica, cuándo no? ¿Cómo convencer a los vacilantes? ¿Cuándo enfrentarse a la policía, cuando no? ¿Cómo identificar a soplones y agentes provocadores?

Debe también, aprender el papel vital de la auto-crítica (“transformar las derrotas en victorias”) entendida no como auto-flagelación católica, sino como el análisis objetivo (y colectivo) del porqué de los errores y el cómo poder superarlos. De paso: la izquierda verdadera debe aprender a no ocultar sus errores, a no “ocultar la basura debajo de la alfombra”, lo que es una forma muy hipócrita de mostrarse y creerse infalible. Por ejemplo, no caer en esa postura milagrera: “en mi partido no hay corruptos.” También aquí, resalta el papel de la teoría entendida no como puñeta académica sino como iluminadora de la actividad práctica.

            En su lucha práctica, en el corto y en el largo plazo, la izquierda debe rescatar firmemente el papel de la utopía. Entendida ésta no en su sentido gramatical (“lo que no es posible”) sino en su sentido político-práctico.

¿Cuál es éste?

Ni más ni menos: se trata de proclamar que un mundo pleno de justicia y de libertad, un mundo a la medida del ser humano, de su felicidad y desarrollo pleno en que “el libre desarrollo de cada cual es condición para el libre desarrollo de los demás” (Marx dixit) sí es posible. Por consiguiente, por él se puede y se debe luchar. A la izquierda histórica, este bello afán se le cayó y perdió en el camino. Se trata de recuperarlo y blandirlo con fuerza renovada. Hacerlo, será como recuperar la primavera y la alegría de vivir. Hacerse más fuerte y más terrícolamente humano. Como bien lo decía Heine, el gran poeta alemán: “el mundo de los cielos, en la tierra debemos construir”.

VI.-  LA CRISIS NEOLIBERAL: ¿SALIDAS POR EL LADO DE LA DERECHA?

 

En los numerales previos nos hemos concentrado en opciones que no son de derecha. En este espacio, digamos de oposición, la alternativa demo-burguesa es bastante más factible que otra de corte socialista. Por lo menos en plazos cortos y medios. Conviene, en todo caso, subrayar: sin una izquierda fuerte, que ahora no existe, la ruta demo-burguesa (que en México debería ser la encabezada por AMLO), pudiera ser muy débil y enredarse en compromisos, o componendas, que lo terminen por desnaturalizar. En suma, una izquierda fuerte no solamente es necesaria para aproximar un eventual proyecto socialista. También es clave para que el proyecto demo-burgués no empiece a claudicar.

¿Qué sucede con las alternativas de derecha? ¿Son posibles? ¿Con qué características?

Podemos empezar con algo que no es, en sentido estricto, una alternativa. Se trata de la continuidad del modelo neoliberal. Si se llegara a dar, algo improbable, la descomposición se agudizaría y el régimen sólo se podría mantener con cargo a una represión cada vez más generalizada. Si el continuismo neoliberal dependiera sólo de factores internos, pudiera quizá darse tal posibilidad. Pero ahora hay que considerar la variable externa, en especial la conducta que pudiera seguir Estados Unidos. Si Trump cumple lo prometido, la clase dominante mexicana enfrentaría problemas variados. Por ejemplo: a) el dogma neoliberal se vería duramente degradado, caso del llamado “libre comercio”. Si el patrón decide colocar impuestos y aranceles, ¿qué pudiera hacer el criado?; b) la migración a EEUU como válvula para suavizar el problema del bajo empleo en México, se vería prácticamente eliminada. Amén de que pudiera empezar algún flujo inverso; c) las exportaciones de México a EEUU empezarían a encontrar dificultades. Sobremanera en la parte clasificada como “industrial”, que es más bien simple maquila. En cuanto a las materias primas y alimentos, si EEUU eleva su crecimiento, pudieran mejorar. Como saldo, se pueden prever ritmos menores. Luego, en un modelo que se pretende dinamizar por la vía de las exportaciones, el crecimiento se pudiera ver afectado. Y como ya es bajísimo, se acercaría a cero o menos en términos per cápita (cayendo en 2017); d) si el país no es capaz de regular y reducir el narcotráfico, algo que parece imposible en un plazo corto, enfrentará reprimendas y presiones fuertes desde EEUU. Para este país, la violencia sin control en México es algo que provoca temor y que no está dispuesto a aceptar. En otras palabras, en su “patio trasero” necesita de seguridad y cierta calma.

A lo indicado se debe agregar el papel que pudiera jugar la clase política. ¿Será capaz de encontrar una salida?

En verdad, la llamada “clase política” (o sea, los políticos, PRI y PAN, que gestionan los intereses del bloque en el poder), se ha venido esclerotizando más y más. No es capaz de mirar el largo plazo (¿será horror al vacío?) y se revuelca entre sus “acumulaciones originarias” (vulgo desfalcos) y rencillas de vecindad. Se les debería leer a Dante: “cuando vi que llegaba a aquella parte /de mi vida, en la que cualquiera debe / arriar las velas y lanzar amarras”, aunque es obvio que no están para poemas medievales. Y conviene apuntar: en el mismo sector empresarial, incluso a nivel de cúpulas, cunde el malestar. Cuando emerge tamaña impotencia, se suele recurrir a la violencia. Pero está claro que los militares ya no son los de ayer y uno se acuerda de Maquiavelo: “el hombre que se halla armado no obedece con gusto al que está desarmado”. Un ánimo que en el México de hoy, empieza a perfilarse. Algo así como el rumor de algún temblor que pudiera aparecer en el horizonte.

En el 2018 hay elecciones presidenciales. Pudiera ganar AMLO, pero una alternativa de derecha nos obliga a suponer que: i) sería defenestrado al poco andar; ii) no llega al gobierno. Lo que de seguro iría asociado a gran robo de votos y otros artilugios, con lo cual el descontento social se duplicaría. De seguro, en términos casi espontáneos, surgirían   protestas violentas.  A lo cual, se debe agregar el impacto de una situación económica degradada y el crecimiento del narco y la violencia anti-social. En este caso, ya no estaríamos sólo ante un Estado plenamente fallido sino algo más: estaríamos ante un sistema social en su fase de descomposición final.

Ante una situación como la descrita, podríamos esperar: a) creciente descontento, también en capas medias e incluso en parte de la alta burguesía. La cual, especialmente luego del gasolinazo, empieza a demostrar un fuerte disgusto con el actual gobierno; b) preocupación e intranquilidad en el gobierno de EEUU (ya con Trump a la cabeza) y en las mismas cúpulas empresariales de EEUU, especialmente entre las que manejan inversiones en México. Asimismo, si llega a darse un atentado terrorista en EEUU con nexos o tránsito por el territorio mexicano, la preocupación puede devenir histeria. En este momento, la necesidad de una intervención explícita en México será muy alta. Y muy probablemente tendrá lugar.

Que Estados Unidos intervenga con tropas es muy improbable: a lo más habría movimientos en la frontera y de alguna flota en el Atlántico y/o Pacífico. La intervención se haría con cargo a los militares mexicanos. En lo cual, la Marina, que hoy tiene nexos privilegiados con el Pentágono, pudiera jugar un papel relevante.

El problema que surge es por el posible contenido de la eventual alternativa de derechas. Para orientarnos, recordemos el problema de la cada vez más aguda descomposición social y moral del régimen. Aquí, como ya se ha dicho, surgen límites que marca la simple necesidad de sobrevivir. También, por las exigencias de seguridad de EEUU. Resolver este problema pareciera que demanda o más bien exige: a) aplicar la fuerza explícita (o represión abierta) con el afán de disciplinar a la población. Como en los viejos tiempos, más o menos porfirianos, volver a eso de que “la letra con la sangre entra”; b) buscar resolver o más bien disminuir, el problema de la informalidad y alta desocupación. El cual, ya ha llegado a niveles inmanejables.

            El requisito a) es factible y también muy probable. En cuanto al punto b) resulta difícil imaginar como un régimen de derechas pudiera suavizarlo. Que la ocupación crezca lo necesario y se eleven los niveles de vida, demanda un estilo de desarrollo que es poco congruente con las posibilidades de la derecha. En abstracto se puede especular con un régimen de estilo nazi: alta inversión, alto crecimiento, alta ocupación, planificación dictatorial del nivel salarial, etc. Es decir, el recetario de Hitler. Y aunque ésta pudiera llegar a ser la moda en varios países, en un país dependiente como el nuestro es una pura fantasía.

En principio, pareciera que sólo es probable un régimen de dictadura abierta. Digamos también: muchas personalidades, en el norte del país, han empezado a pensar: “nosotros estamos bien. Es el centro-sur el que funciona como un fardo. Mejor nos separamos y pasamos esa región a Centroamérica. Inclusive, hasta nos podríamos incorpora a la Unión Americana, al estilo de Texas o California. Con lo cual, se cumpliría nuestro sueño americano.” Si esto fuera factible, tendríamos que la ruta de una “nueva derecha”, no sólo pasaría por el carril de un régimen altamente represivo. También, por la desintegración del país.

                                                                                                            México, DF, enero, 2016.

[1] UAM-I, Ciencias Sociales, México.

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