La restauración conservadora también llegó a Brasil
Por Emir Sader, ex-Presidente ALAS
El proceso de restauración conservadora, una contraofensiva de la derecha latino-americana, llegó a Brasil. De la forma menos esperada. Con dificultades, Dilma Roussef había logrado reelegirse, enfrentando una fuerte ofensiva de la derecha, pero no tuvo ninguna luna de miel. Desde el día siguiente, fue blanco de intentos de reconteo de los votos, enseguida de búsqueda de acusaciones de corrupción en contra de ella, ambos intentos fallidos. Hasta que la derecha cuajó esa vía del golpe parlamentario, como si Brasil fuera un país con régimen parlamentario, contando con el silencio cómplice del Judiciario. Y lo que tantos juzgaban imposible, por absurdo, se dio, haciendo que Brasil se sume a Argentina como ejes de la restauración conservadora en Latinoamérica, aunque Brasil con un gobierno no elegido por el voto popular, sin el apoyo de la población y asediado por elecciones en dos años más y por el fantasma del liderazgo de Lula.
El sueño de la derecha brasileña, desde 2002, se ha realizado. No bajo las formas anteriores que ha intentado. No como cuando intentó tumbar a Lula en 2005, con un impeachment, que no ha prosperado. No con los intentos electorales, en 2006, 2010, 2014, cuando fue derrotada. Ahora encontró el atajo, para interrumpir los gobiernos del PT, sobre todo que seguiría perdiendo elecciones, con Lula como próximo candidato.
Fue mediante un golpe blanco, para el cual los golpes de Honduras y Paraguay han servido como laboratorios. Derrotada en 4 eleciones sucesivas, y con el riesgo enorme de seguir siéndolo, la derecha buscó el atajo de un impeachment sin ningún fundamento, contando con la traición del vice presidente, elegido dos veces con un programa, pero dispuesto a aplicar el programa derrotado 4 veces en las urnas.
Valiéndose de la mayoría parlamentaria elegida, en gran medida, con los recursos financieros recaudados por Eduardo Cunha, unánimemente reconocido como el más corrupto entre todos los corruptos de la política brasileña, la derecha tumbó a una presidenta reeligida por 54 millones de brasileños, sin que se configurara ninguna razón para el impeachment.
Es la nueva forma que el golpe de la derecha asume en América Latina.
Es cierto que la democracia no tiene una larga tradición en Brasil. En las últimas nueve décadas, hubo solamente tres presidentes civiles, eligidos por el voto popular, que han concluido sus mandatos. A lo largo de casi tres décadas no hubo presidentes escogidos en elecciones democráticas. Cuatro presidentes civiles eligidos por voto popular no concluyeron sus mandatos.
No queda claro si la democracia o la dictadura son paréntesis en Brasil. Desde 1930, lo que es considerado el Brasil contemporáneo, con la revolución de Vargas, hubo prácticamente la mitad del tiempo con presidentes elegidos por el voto popular y la otra mitad, no. Más recién, Brasil había tenido 21 años de ditadura militar, más 5 años de gobierno de José Sarney no elegido por el voto directo, sino por un Colegio Electoral nombrado por la dictadura – esto es, 26 años seguidos sin presidente elegido democráticamente -, seguidos por 26 años de elecciones presidenciales.
Pero en este siglo Brasil estaba vivendo una democracia con contenido social, aprobada por la mayoría de la población en cuatro elecciones sucesivas. Justamente cuando la democracia empezó a ganar consistencia social, la derecha demostró que no la puede soportar.
Fue lo que pasó con el golpe blanco o institucional o parlamentario, pero golpe al fin y al cabo. En primer lugar porque no se ha configurado ninguna razón para terminar con el mandato de Dilma. En segundo, porque el vice presidente, todavía como interino, empezó a poner en práctica no el programa con el cual había sido y elegido como vice presidente, sino el programa derrotado 4 veces, 2 de ellas teniéndole a él como candidato a vice presidente.
Es un verdadero asalto al poder por el bando de políticos corruptos más descalificados que Brasil haya conocido. Políticos derrotados sucesivamente, se vuelven ministros, presidente de la Cámara de Diputados, lo cual no sería posible por el voto popular, solo por un golpe.
¿Qué es lo que le espera a Brasil ahora?
En primer lugar, una inmensa crisis social. La economía, que ya venía en recesión hace por lo menos tres años, sufrirá los efectos durísimos del peor ajuste fiscal que el país ha conocido. El fantasma de la estangflación se vuelve realidad. Un gobierno sin legitimidad popular, aplicando un duro ajuste en una economía en recesión, va a producir la mayor crisis económica, social y política que el país ha conocido. El golpe no es el final de la crisis, sino su profundización.
Es una derrota, la conclusión del período político abierto con la primera victoria de Lula, en 2002. Pero, aún recuperando el Estado y la iniciativa que ello le propicia, la derecha brasileña tiene muy poca fuerza para consolidar su gobierno.
Se enfrenta no solo a la crisis económica y social, sino también a un movimiento popular revigorado y al liderazgo de Lula. Brasil se vuelve un escenario de grandes disputas de masa y políticas. El gobierno golpista intentará llegar al 2018 con el país deshecho, buscando prohibir a Lula como candidato y con mucha represión en contra de las mobilizaciones populares. El movimiento popular tiene que reformular su estrategia y su plataforma, desarrollar formas a la vez amplias y combativas de mobilización, para que el gobierno golpista sea un paréntesis más en la historia del país.