Corrupción, violencia y cinismo. Notas sobre la insensibilidad moral en el perú.
Por Julio Mejía Navarrete
La violencia, la corrupción y el cinismo se han extendido de modo considerable como resultado de la tensión aguda que produce la hegemonía de la modernización neoliberal global en el Perú.
Entender la agresión y estafa supone el desarrollo creciente de una cultura cínica, del “todo vale”, a partir de los años noventa con el impulso del neoliberalismo. De alguna forma, la asociación entre violencia, corrupción y cinismo subrayan la particularidad que viene asumiendo la modernidad global.
En este artículo pretendemos desarrollar algunas cuestiones iniciales que permitan organizar el debate sobre el cinismo, la corrupción y violencia en el Perú. De esta forma, el artículo se divide en cuatro partes. La primera sección, expone las condiciones sociales de la violencia y la corrupción, la relación entre modernidad tardía y el incremento de los delitos y la estafa en el país. La segunda, describe la cultura de privatización que conlleva a la hegemonía del individualismo extremo en la sociedad. La tercera, resalta la destrucción y violencia perniciosa del neoliberalismo global contra el capital social, de las interacciones entre las personas. Finalmente, se expone la “razón cínica” que condiciona el desarrollo de las conductas agresivas y delictivas en la sociedad peruana.
Sociedad, corrupción y violencia
La violencia y la corrupción se han transformado en parte central de la vida cotidiana. Todos los aspectos de la existencia social se encuentran teñidos y corroídos por la violencia y la corrupción. El mundo se vuelve un lugar inhabitable, el delito, la estafa y la violencia son amenazas a la vida, a la integridad física y patrimonial de las personas, que a su vez produce un sentimiento de temor y vulnerabilidad frente al peligro constante.
En ese sentido, por un lado, tenemos el aumento incesante de la violencia en el país que se expresa en los delitos registrados, el año 2005 se estimaban en 152,516 casos pasando a 268,018 para el 2013, con un incremento del 60 por ciento[1]. Más allá de las informaciones oficiales, son conocidas las situaciones dramáticas de los hijos que matan a los padres, el crecimiento del feminicidio, las extorsiones a pequeños empresarios, las llamadas en la madrugada para chantajear por el supuesto accidente de un familiar muy cercano y la acentuación del sicariato juvenil[2] .
Correlativamente, se produce un discurso de inseguridad que describe el sentimiento de miedo que envuelve a las gentes, el temor al delito y a la falta de confianza en las instituciones del estado para combatirla, todos se sienten desprotegidos, el Perú muestra indicadores de los más altos de América Latina, la percepción de la inseguridad en el barrio se estima en el 50 por ciento y el deterioro de la seguridad ciudadana en el orden del 45.6 por ciento[3].
Por otro lado, la corrupción[4] muestra una permanencia sostenida a lo largo de la historia peruana estimada entre 2 y 6 por ciento de la producción nacional, siendo sus niveles mayores en el gobierno de Fujimori[5], precisamente con el inicio en el país del proceso de la modernidad neoliberal global. Su expresión más evidente son los 19 mil procesos abiertos en el país hasta el 2013 por la Procuraduría Anticorrupción[6].
Asimismo, el sentimiento subjetivo de la percepción de la corrupción en el Perú se ha ido incrementando alarmantemente, en el Índice de Transparencia Internacional hemos pasado del lugar 41 para el año 2000 al puesto 83 en el 2013, acercándonos a los países más corruptos del mundo como Somalia y Corea del Norte[7].
El delito y la estafa no pueden ser comprendidos como simples problemas individuales, de la misma forma, no puede ser entendido solo con argumentos de situaciones de pobreza y carencias de servicios sociales. La violencia, la estafa y el delito se tornan estructurales, se transforman en componentes del patrón moderno globalizado.
La situación del incremento constante de la violencia, corrupción y el delito se vinculan estrechamente con la expansión del crecimiento económico y la disminución relativa de la desigualdad en América Latina[8]. El Perú ha venido creciendo entre 5-6 por ciento los últimos años y ha mostrando menores grados de desigualdad social que naciones como Colombia, Chile, Brasil, Ecuador y Costa Rica entre otras[9], paralelamente todos los índices del delito, violencia y percepción de inseguridad se han desbocados inconteniblemente.
Quizás, ello tenga que ver con la naturaleza de la modernidad global, que como nunca en su historia está expandiéndose a un ritmo creciente. Momento abierto desde 1973 que viene produciendo cambios estructurales en la organización de la moderna tardía. De esa forma, la dinámica de las transformaciones de la globalización no sólo significan efectos coyunturales en la dinámica de la modernidad, sino más bien implica su misma reconstrucción, Aníbal Quijano[10] denomina a este nuevo periodo histórico de “crisis raigal de la colonialidad global del poder”, manifiesto directamente en la reconfiguración de las relaciones capital con el trabajo y en la crisis del calentamiento global que pone en riesgo la propia vida en el planeta[11]. El sistema mundo moderno global incorpora la violencia abierta como elemento intrínseco de su reproducción, la violencia cínica se vuelve sistémica en las relaciones con la naturaleza y en las relaciones de los individuos.
En efecto, el desarrollo de la sociedad moderna global se correlaciona con la gestación de una nueva revolución tecnológica, que empieza modificarla. El desarrollo de la automatización implica un cambio decisivo en la sociedad, pareciera que la relación capital – trabajo llega a su límite en la condición asalariada, es decir el capitalismo ya no puede reproducir masivamente trabajo asalariado, aunque el sistema sigue expandiéndose bajo la dominación de la pequeña producción mercantil y de otras que lindan con formas para-esclavistas, serviles y hasta comunales. En el Perú este proceso se expresa crudamente en que el 70 por ciento de los trabajadores se encuentran en el sector informal. Realidad que ahora es fácilmente aceptada y contrastable para los países desarrollados[12]. En otros términos, las bases del capital ya no se encuentran únicamente en la compra y venta del trabajo asalariado y, consiguientemente, para seguir reproduciéndose necesita directamente de la violencia estructural, de un lado, por la precarización del trabajo y el desempleo estructural en gran parte de la población y, de otro lado, del aumento constante de formas de trabajo violentas “no capitalistas”.
En condiciones de la modernidad global, el crecimiento económico es consustancial con la degradación general del trabajo que se entreteje con el acrecentamiento de la violencia, los delitos y la corrupción.
De esa manera, la sociedad actual es cada vez menos propicia para el contacto entre las personas, se ha transformado en un lugar de inseguridad y violencia cotidiana, el narcotráfico, el caos vehicular, las edificaciones permanentes, la suciedad, la contaminación, el desempleo, la informalidad, el narcotráfico, las pandillas juveniles y la criminalidad empujan a los habitantes a buscar ámbitos confiables, seguros, ordenados y “libres» de la marginalidad social. Se privatiza el espacio de las ciudades, emergen urbanizaciones cerradas, condominios, balnearios, urbanizaciones residenciales exclusivas, clubs sociales privados, y el crecimiento de urbanizaciones semi-cerradas, que reproducen el cerco y enrejamiento parcial de calles, parques y plazas, lo que equivale a la parcelación, separación y exclusión social, con fronteras protegidas, con muros y vigilancia. De esta forma, la organización de la sociedad tiende a redefinirse en función del miedo frente a la degradación urbanística, la violencia y la corrupción.
El resultado es la privatización de la ciudadanía, el miedo de quedar desempleado, accidentado, atropellado, asaltado, violentado, preso, estafado, discriminado étnicamente en la ciudad, el temor cotidiano al otro en la calle se apodera de la vida social, la capacidad de organización, participación vecinal y una comunidad integrada se desvanece, el resultado es el surgimiento de un sub-ciudadano carente de la dimensión pública, reducido únicamente al ámbito de las decisiones individuales y privadas[13].
Cambios en la existencia social que inducen al agotamiento de la idea del futuro como promesa de la modernidad, más bien la modernidad global se trastoca en un proyecto opuesto donde prima el miedo y la inseguridad, la sociedad de la violencia y la corrupción[14].
- Cultura de privatización
En la modernidad global la propagación del individualismo disperso estimula la mercantilización de la subjetividad, el sujeto atomizado pasa a ser el núcleo sobre el cual gira toda la vida social en el país. Interesa destacar la gestación de la cultura de privatización, individualización y egocentrismo en la sociedad peruana.
El proyecto de la sociedad del siglo XXI desarrolla una cultura de privatización fundada en el individuo, las familias y en los intereses privados, niega la posibilidad de pensar en referentes colectivos de la sociedad, como la comunidad, el barrio popular, el vecindario y el asentamiento humano. Lo que Margaret Thatcher definió para el actual momento neoliberal: “no existe lo que se llama sociedad. Hay [sólo] hombres y mujeres individuales y hay familias”[15].
Contrario al proceso de originalidad social que se desarrollo en el Perú con las primeras corrientes migratorias a la ciudad entre 1940 y 1970, la población de origen andina asentada en barrios precarios apuntaba a un proceso de autonomía política, búsqueda de derechos sociales y el desarrollo de una identidad propia, que se definió como proceso de cholificación[16]. Era una cultura que se basaba en la realización de los individuos por medio del trabajo, se quería empleo y familia, pero a la vez se aspiraba al bienestar de la comunidad, el bien común asociado a la organización barrial, que se expresaba en querer hacer de los asentamientos humanos barrios urbanos integrados a la ciudad, el interés de las personas pasaba de lo individual a lo claramente colectivo. La cholificación era parte de un proceso de conquista de un espacio de formación de ciudadanía y desarrollo de una comunidad nacional[17].
El tránsito de una cultura que tenía como fuente principal de su vitalidad en el desarrollo barrial y el interés comunitario a una “cultura de privatización” del provecho egoísta, se explica por la reciente historia del Perú. Una de las razones, se puede encontrar en la inmensa perturbación social que generó el movimiento subversivo Sendero Luminoso, cubriendo toda la sierra y parte de barrios marginales del país ocasionó la muerte de 69,280 personas[18] en su mayoría de pueblos de origen indígena, alterando la vida comunal, liquidando dirigentes, destruyendo organizaciones de base, disgregando el tejido social y llevando a los individuos a interesarse solo en la sobrevivencia. Otra explicación, se encuentra en la profunda mercantilización globalizada de la sociedad peruana impulsada desde 1980 a la actualidad, especialmente durante el gobierno de Fujimori en los años noventa, que prácticamente privatizo todo y la vida social casi desapareció, se liberalizo los servicios públicos y buscó hacer del interés personal el único compromiso societal. Procesos que llevaron a las gentes a una comprensible desmoralización y a un vacío espiritual que fue impregnado por una cultura neoliberal global exclusivamente individualista de la existencia social.
En la modernidad global el desarrollo del individualismo genera un vacío societal, lo que Touraine[19] denomina: “La sociedad ya no existe”, porque hay un deterioro constante de los vínculos sociales, de las solidaridades y, al mismo tiempo, hay un proceso de atomización, los comportamientos tienden a aislar a las personas. En general, la sociedad se define por el “egocentrismo, que reduce el horizonte al interés personal”[20], la vida social gira en torno del individuo.
El proyecto de sociedad global genera el desarrollo del individualismo que lo convierte en el centro de la vida social. Ahora lo fundamental es destinar las preocupaciones y los recursos disponibles en el sujeto. El desarrollo de la vida de consumo está produciendo la hegemonía de una forma de existencia social específica, la cual se manifiesta como la forma de vivir que Immanuel Wallerstein[21] la define en la que “todos queremos obtener más”, no interesa el nivel socioeconómico de las personas, “todo el mundo quiere obtener 25 por ciento más de lo que tiene” para comprar y comprar más.
Con razón Aníbal Quijano señala que es “la conducta egoísta travestida de libertad individual” el nuevo ideal de la modernidad global[22]. Se reemplaza la vieja libertad pública que aspiraba al bienestar, al acceso a los derechos sociales y a un horizonte de sentido de igualdad social que impulsaban las primeras olas migratorias, por la libertad del consumo de los hijos de tercera o cuarta generación de migrantes asentados en las principales ciudades del país, la libertad del capitalismo sesentero buscaba mejorar socialmente al individuo migrante y mejorar la sociedad urbana. Mientras que la libertad de la modernidad global se restringe al individualismo, a la mercantilización de la sociedad y a un mero horizonte egoísta.
- Destrucción del capital social. Violencia y corrupción
La cultura de privatización y el individualismo extremo ocurren en un mundo de incesante violencia y destrucción del “capital social”[23], donde el afecto y la confianza con los otros resultan disfuncionales para la sociedad y se pierde la energía colectiva que pueda generar las interacciones de respeto, disfrute de la compañía de los otros y la fortaleza de la comunidad. La sociedad globalizada privatiza y mercantiliza, separa a los individuos y hace que las emociones con los demás se transformen en mercancía. En ese sentido, se impulsa el individualismo y la mercantilización de las relaciones entre las personas.
En la actualidad nuevamente el concepto de responsabilidad[24] vuelve a cobrar vigencia y lo hace con el predominio del hiperindividualismo en la modernidad global, el sujeto se ha librado de los últimos constreñimientos estructurales socializantes que impedían su total emancipación: la disminución del peso social del Estado, de las clases sociales, del poder de la vecindad, la familia, las grandes ideologías dejan de ser vehículos de proyectos históricos, las creencias utópicas se desacreditan, pareciera que se desarrolla una sensación de “era del vacío”[25], se han evaporado los constreñimientos sociales y éticos del individualismo en la sociedad global.
En efecto, la modernidad sesentera que establecieron las primeras olas migratorias en Lima y las ciudades del país, propiciaba el individualismo comprometido con una “responsabilidad hacia” la búsqueda del bienestar de la población, la conquista de derechos sociales, el logro de servicios comunitarios, la autoconstrucción y la inserción del barrio a la ciudad. Se trataba de un individualismo social, participativo y de compromiso con los otros: vecinos, familiares, paisanos, amigos, la ciudad y la sociedad. En cambio, la sociedad global que se expande en los últimos años experimenta una evolución radical que reorienta la responsabilidad dirigida a los otros, por el impulso del individualismo neoliberal de una “responsabilidad ante uno mismo y… hacia uno mismo”[26]. El individualismo neoliberal reduce su compromiso con los otros o no le interesa, busca solo el interés personal. Se trata de un individualismo privatista, defensivo y la responsabilidad se restringe a uno mismo, se basa en el egoísmo y en la búsqueda desbocada del beneficio propio.
El abandono del compromiso emocional con los demás, no desemboca en un individualismo absoluto, sin vínculos sociales, más bien genera que las personas conciban los vínculos entre ellos en términos puramente mercantiles, interesa solo la búsqueda del beneficio exacerbado de las relaciones con los otros. Las interacciones sociales pierden su contenido emocional y se convierten en puros compromisos. Edgard Morin lo explica en términos de las transformaciones del patrón moderno global: “La moral está en crisis. El individualismo generado por la persecución unilateral del propio éxito desemboca fácilmente en la pérdida del sentido de interés colectivo, en el puro egocentrismo y en la desaforada sed de lucro”[27].
La praxis de las poblaciones migrantes que transitan del primigenio esfuerzo individual/colectivo a la dominación de lo puramente individualista y mercantilista se encuentra condicionada por la devastación del capital social, la destrucción de la confianza y su sustitución por el cinismo. Sin confianza la convivencia de familiares, paisanos, vecinos, amigos se debilita y aparece la desafección, la indiferencia, indolencia, pérdida del sentimiento de culpa y aparece directamente la hostilidad sin tapujos hacia los demás. La modernidad neoliberal reestructura el imaginario social, la vida cotidiana, los valores y lleva que la vida de las gentes se oriente por “considerar superflua toda ley civil o moral”[28]. Cinismo, corrupción y violencia es una trilogía de la modernidad neoliberal que pretende «naturalizar» el orden social injusto, inseguro, inmoral, indiferente, perverso, engañoso y desutopizado imperante. Un orden que pretende acostumbrar y socializar a la población en los desastres, tragedias y engaños permanentes, una forma de modernidad pura sin frenos sociales ni morales, sin límites ni regulaciones. Una modernidad que eleva al máximo la desigual y asimétrica lucha por la sobrevivencia.
En la historia peruana la corrupción y la estafa siempre han sido una constante en la historia peruana, aunque se trataba principalmente de hechos ligados al poder político, con la modernidad global se transforma en parte de todos los ámbitos de la vida social y rige las conductas cotidianas de las gentes. En la sociedad moderna global la macroagresión no es posible sin una base sociocultural de la microagresión. La existencia de dispositivos socioculturales, de una “razón cínica” que favorezca la corrupción y la violencia, las estafas y los delitos se convierten en las estrategias de las conductas aceptadas, que dejan de lado las normas de comportamientos que propugnan la ley y las instituciones públicas y privadas –familias, comunidades, iglesias y otras-, para buscar sin disimulo el beneficio privado, individual y mercantil.
- Razón cínica[29]
La sociedad global privatiza al individuo, la mercantilización separa a los individuos de los demás y hace que las emociones con los otros se transformen en mercancía. La cultura promueve una forma de pensamiento que propicia el ventajismo individualista, el afán de lucro desmedido y el pragmatismo que llegan a formas de comportamiento cínico. El individualismo, la mercantilización y la “razón cínica” se integran en una unidad[30]. El proceso de cholificación se reconfigura, la capacidad de trabajo, el ideal productivista, el interés colectivo y, sobretodo, el sueño de un horizonte de sentido de igualdad social de las primeras generaciones sesenteras se desplaza a su lado más oscuro en el mundo actual, la cultura cínica. La modernidad global desarrolla una cultura cínica que no tiene el tapujo de aceptar abiertamente lo que antes ocultaba, la injusticia, violencia, corrupción y falta de humanidad, y desecha todo sentimiento de culpa al borrar el sentimiento de dolor que provocaba la idea de haber perjudicado a los otros[31]. Se intensifica el crecimiento económico descomunalmente y, a la vez, descaradamente se admite destruir la naturaleza y las personas.
En ese contexto, de la cultura de las antiguas élites oligárquicas se reproducen la “viveza” criolla sin la “gracia” y del gamonalismo solo queda la “prepotencia” y la “fuerza” sin la “delicadeza”[32], que se entrelazan con la subjetividad del individualismo del neoliberalismo global, el pragmatismo utilitario y el goce desmedido por el consumismo a cualquier costo. En la vida social pareciera que se extiende el influjo del “todo vale” que deriva en el comportamiento cínico, el individuo busca imponerse porque piensa que tiene todo el derecho de hacerlo, sin pensar en los otros e incluso apelando a la violencia desembocada[33]. La afirmación de que “nadie cree en nadie” parece haberse convertido en el principio central para salir adelante, el recurso de la violencia se impone en la lucha de la vida diaria. El cinismo y la violencia son la otra cara del hiperindividualismo globalizado. En la modernidad tardía las preocupaciones y sueños colectivos, la cultura de los intereses compartidos y los deberes sociales pierden sentido, su lugar lo ocupan la preeminencia de la mercantilización y del individualismo. El resultado es que la sociedad se gregariza profundamente, la vida individualizada no tiene límites morales y el cinismo va cobrando legitimidad.
Quizás la explicación a este proceso se encuentre en la profunda transformación moderna global. En la modificación de la propia naturaleza de la racionalidad instrumental, en el cambio de medios a fines, que rige la conducta de las personas en la vida social. Simmel lo explica claramente “mientras que en el cinismo y la saciedad se manifiesta en la desaparición de todos los fines”[34]. Es decir, en la modernidad presente la supremacía universal del individualismo y del “valor instrumental del dinero” se transforman en los fines supremos de la sociedad, haciendo que todo lo demás no importe y por consiguiente conlleva la degradación de los “antiguos valores” como la familia, la comunidad, el vecindario, el ideal de las utopías. La “razón cínica” se abre paso y define la actuación de las personas, para sobrevivir en la pobreza, en la movilidad social de las nuevas clases medias y en la dominación de las élites. La cultura cínica global propicia un mundo en la que no se cree en nada, el esfuerzo individual se desvaloriza, la lucha pierde sentido y la revolución es borrada de la memoria, donde más bien se impone la indiferencia, la desvergüenza insolente y la eliminación de la mala conciencia se apodera de los actos de las personas.
El cinismo es el desprecio y negación de los “antiguos valores” por la hegemonía del valor del individualismo y del valor dinero, donde los otros existen sólo como obstáculos o son meros recursos, desaparece toda consideración moral a la comunidad, a toda causa común y la esperanza de igualdad social, el empleo sin reparo y pudor de la violencia y la corrupción son componentes de los nuevos tiempos globales. El cinismo es el uso del poder absoluto, arbitrario y sin límites, simplemente los demás, las gentes no interesan, es el dominio de la cultura de la desesperanza, del “sálvese quien pueda” y el “”después de nosotros el diluvio”[35].
La generalización en la modernidad global de la razón cínica es la preponderancia del “estado de guerra”[36] entre las personas, la excepcionalidad de la beligerancia se convierte en parte intrínseca de la vida moderna, es el reino del enfrentamiento de individuos egoístas, en la que el otro es aniquilado, vencido a cualquier precio. En el “estado de guerra” la sociedad se vuelve un conjunto de agresivos egos que compiten con la finalidad suprema de autopromoverse a costa de los demás, en la que predomina el ventajismo individual, el afán de lucro desbocado, la rudeza y el pragmatismo que llega a su forma de descarada e indolente, sin importar nada. Es la negación de todo derecho del otro sin reparo y miramiento alguno. El estado de guerra enajena la moral, despoja a las instituciones y a la vida social de las obligaciones que condicionaban la actuación de las personas según la familia, la comunidad y los ideales utópicos. Simplemente la vida social se transforma en la práctica de vencer por todos los medios e imponer los intereses privados y egoístas sin pensar que algo se interpone.
El cinismo se revela como la forma moderna global de reproducción de la inferiorización de las gentes por medio de estafa o la fuerza, desde la conducta individual hasta las prácticas de dominación de las corporaciones y los países, que someten y controlan apelando a prácticas directas, desvergonzadas y descaradas, sin un mínimo de remordimiento moral : la trata de blancas, el trabajo infantil, el trabajo precario, las nuevas formas serviles, para-esclavistas de trabajo, hasta las guerras de sometimiento de las poblaciones. La “razón cínica” permite la estructuración societal de la desigualdad polarizante sin que nadie se inmute y conmueva, está permitido el “todo vale” sin pena y escrúpulo.
La cultura cínica implica un dominio en la vida social de los medios, que ocultan su significación final, como si fuera la cosa más natural del mundo. El neoliberalismo naturaliza la falacia de que el principio de la humanidad es el individuo egoísta, formulada por toda las ciencias sociales liberales hasta el presente, al contrario la sociedad es únicamente posible porque el individuo existe en familia, comunidad y colectividad[37], porque hay amor como diría Humberto Maturana[38]. El individualismo y el dinero es forma, es función, es medio, cuando se quita de su lugar adecuado y tiene hegemonía, todo lo humano se desquicia, empobrece, se vuelve indiferente y desvergonzado. El cinismo pareciera que es una de las formas de colonialidad que asume el control de la subjetividad y de la experiencia de la vida en la sociedad moderna global.[39]
El cinismo es la ética del orden global, donde el poder del individuo egoísta se impone y no interesa los otros, la humanidad y la naturaleza, tampoco interesa los medios, es el poder absoluto y arbitrario, el todo vale y para ello se recurre a la violencia, la fuerza y la estafa, es el poder del “estado de guerra” de los más fuertes y agresivos, no interesa la ley y menos la “moralidad”. Es la cultura oscurantista de la época de la globalización.
Conclusión
El cinismo es el desenlace del individualismo y mercantilización de la vida moderna global, la red de relaciones sociales duraderas, el referente colectivo y el horizonte de sentido se desvanecen. A diferencia, en la modernidad productivista la violencia, la corrupción y el cinismo se hallaban ligados más a la esfera política, había la posibilidad del desarrollo de una conducta de colaboración, decoro y pudor porque el individuo era parte de un tejido social sólido formado por la familia, vecindad, colectividad y el sueño ideal de igualdad social.
Hoy nos encontramos en un momento paradójico y sombrío de hegemonía de la razón cínica. La modernidad global como nunca en la historia contemporánea se expande a un ritmo sin precedentes y, al mismo tiempo, asume un nuevo carácter que lo redefine totalmente, expresándose en la crisis del calentamiento global, que pone en peligro la vida en la tierra, y la finacierización de la economía por medio de la intensificación del lucro rentista sobre el plusbeneficio productivista, condena a la exclusión de gran parte de la humanidad. El miedo y el individualismo condicionan la destrucción de la confianza y el afecto que derivan en la perdida de sensibilidad moral en la sociedad del siglo XXI. Procesos posibles por el desarrollo de una cultura fundada en el “todo vale” y en el comportamiento desvergonzado, sin remordimientos de la vida cínica.
La transformación profunda de la modernización global introduce nuevas formas de dominación y sometimientos de los seres humanos, mediante la mercantilización de la subjetividad, el cinismo, corrupción y violencia. La promesa de la modernidad ha sido incumplida, al contrario pareciera que marchamos a una expansión de la modernidad pero sin los grandes logros que originalmente trazó el modernismo.
En suma, como en el pasado la modernidad irrumpe contra la naturaleza y las gentes, pero en la era de la globalización no interesan los reparos morales y menos tiene importancia, ni siquiera se piensa, un futuro de sentido de igualdad social.
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[2] Ana Briceño: “En promedio una persona muere al día a manos de sicarios”, El Comercio, Lima, 28 setiembre de 2014, http://elcomercio.pe/lima/seguridad/promedio-persona-muere-al-dia-manos-sicarios-noticia-1760126
[3] PNUD: Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014. Seguridad Ciudadana con rostro humano: diagnóstico y propuestas para América Latina. New York, 2013, p. 70.
[4] La corrupción no corresponde a una cuestión de origen solo colonial peruano. También se encuentra en la formación de los Estados Unidos, el inglés norteamericano contiene más de doscientos sustantivos y verbos relativos a la palabra “estafa”, Morris Berman: las raíces del fracaso americano, sextopiso, Barcelona, 2012, p. 23.
[5] Alfonso Quiroz: Historia de la corrupción en el Perú, IEP – IDL, Lima, 2013.
[6] Julio Arbizu: “¡19,000 corruptos en el Estado! Procurador Julio Arbizu señala a El Poder que el 70 % de los casos han sido abiertos durante este gobierno”, Semanario El Poder, http://semanarioelpoder.com/19000-corruptos-en-el-estado.html
[7] Transparency International: Índice de Percepción de la Corrupción, http://www.transparency.org/cpi2013
[8] PNUD: Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014. Seguridad Ciudadana con rostro humano: diagnóstico y propuestas para América Latina. New York, 2013, p. 19.
[9] El Coeficiente Gini de desigualdad social indica una leve mejoría en el país, pasando del 0.55 para el año de 1972, al 0.53 para el 2004 y siendo el 0.48 para el 2011, Carlos Amat y León: Nuevos ensayos para discutir y decidir. El Perú nuestro de cada día. CIUP, Lima, 2012.
[10] Aníbal Quijano: “Bien vivir: entre el “desarrollo” y la des/colonialidad del poder”. Ecuador Debate, N° 84, Quito, 2011, p. 81.
[11] En los andes peruanos se ha perdido irremediablemente el 41 % de los glaciares de las cordilleras por la impacto del calentamiento global, El Comercio: “Casi la mitad del hielo en los glaciares ha desaparecido”, El Comercio, País, Lima, 25 de marzo 2012. La extrema explotación de la naturaleza está llevando a poner en peligro a la Tierra, véase James Lovelock: La venganza de la Tierra. La teoría de la gaia y el futuro de la humanidad, Planeta, Barcelona, Planeta, 2007.
[12] Aníbal Quijano: “El Trabajo al final del Siglo XX”. Ecuador Debate. Revista especializada en Ciencias Sociales, N° 74, Quito, 2008.
[13] Una discusión más amplia sobre estos temas puede consultarse Julio Mejía (2013): Sociedad, consumo y ética. El Perú en tiempos de globalización, UNMSM – Facultad de Ciencias Sociales, Lima, 2014.
[14] Zygmunt Bauman: La cultura en el mundo de la modernidad líquida, FCE, Madrid, 2013, pp-82-83.
[15] Cultura de privatización, idea tomada de Zygmunt Bauman: El arte de la vida. De la vida como obra de arte, Paidós, Buenos Aires, 2010, p.109.
[16] Aníbal Quijano: “Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú”, en Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú, Mosca Azul Editores, Lima, 1980.
[17] Carlos Iván Degregori, Cecilia Blondet y Nicolás Lynch: Conquistadores de un nuevo mundo. De invasores a ciudadanos en San Martín de Porres, IEP, Lima, 1986. Carlos Franco: Imágenes de la sociedad peruana: la otra modernidad. CEPES, Lima, 1991. Recientemente José Matos: Estado desbordado y sociedad nacional emergente. Centro de Investigación de la Universidad Ricardo Palma, Lima, 2012.
[18] Comisión de la Verdad y Reconciliación: Informe final. CVR, Lima 2003, Anexo 2, p.13.
[19] Alain Touraine: Después de la crisis. Por un futuro sin marginación, Paidós, Barcelona, 2011, p.63.
[20] Edgar Morin: La vía. Para el futuro de la humanidad, Paidós, Barcelona, 2011, p. 57.
[21] Immanuel Wallerstein: “Latinoamérica y los movimientos antisistémicos”, en Toni Negri y otros: I Ciclo de seminarios internacionales. Pensando desde Bolivia. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, La Paz, 2010, p. 326.
[22] Aníbal Quijano: “Bien vivir: entre el “desarrollo” y la des/colonialidad del poder”, Ecuador debate, N° 84, Quito, 2011, p. 82.
[23] Pierre Bourdieu: “Le capital social. Notes provisoires” Actes de la Recherche en Sciences Sociales, Vol. 31, 1980, pp. 2, http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/article/arss_0335-5322_1980_num_31_1_2069
[24] La idea de la responsabilidad social es un producto del desarrollo de la modernidad, posee un carácter ético porque se refiere a las consecuencias sociales de las decisiones que toma el individuo en la sociedad. Se puede rastrear sus orígenes, aunque el término no aparezca, en Adam Smith: Teoría de los sentimientos morales, Alianza Editorial, Madrid, 1977. El concepto se delimita con Friedrich Nietzsche: La genealogía de la moral. Un escrito polémico, Alianza Editorial, Madrid, 1997, pp.78 – 79. Sin embargo, corresponde a Weber introducir el término “ética de la responsabilidad” y lo define desde la perspectiva de la acción social, entendida en términos de la conducta individual. Max Weber: Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, FCE, México, 1984, pp. 7-20.Una discusión sobre el tema en Julio Mejía: “Ética de la responsabilidad en los tiempos contemporáneos: consideraciones centrales”, Paradigmas, Vol. 3, N° 1, UNITEC, Bogotá, 2011.
[25] Gilles Lipovetsky: La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Madrid, 2003.
[26] Zygmunt Bauman: Mundo de consumo. Ética del individuo en la aldea global, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 80. También del mismo autor El arte de la vida. De la vida como obra de arte, Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 131.
[27] Edgar Morin y Mauro Ceruti: Nuestra Europa. ¿Qué podemos esperar?. ¿Qué podemos hacer?, Paidós, Barcelona, 2013, p. 101.
[28] Tzvetan Tododrov:El espíritu de la ilustración, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014, p. 77.
[29]Peter Sloterdijk: Crítica de la razón cínica, Ediciones Siruela, Madrid, 2003.
[30]Los orígenes del cinismo se remontan a la Grecia antigua, expresada en la escuela filosófica liderada por Antístenes, que reivindicaba la vida natural, sin normas, ni convenciones, aspiraba a una existencia sobria, sin ornamentos, ni artificios y se buscaba la autenticidad. Contario al cinismo difuso de la modernidad tardía.
[31] Zygmunt Bauman e Leonidas Donskis: Cegueira moral. A perda da sensibilidades na modernidade líquida, Zahar, Rio de Janeiro, 2013.
[32] Aníbal Quijano: “Colonialidad del poder y subjetividad en América Latina”, en Carmen Pimentel (Organizadora): Poder, ciudadanía, derechos humanos y salud mental en el Perú, Cecosam, Lima, 2009, pp. 14 – 25.
[33] Juan Carlos Ubilluz: Los nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea, IEP, Lima, 2006, pp. 74-75.
[34] Georg Simmel: Filosofía del dinero, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1976, p. 298.
[35] Franz Hinkelammert: El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la globalización, LOM, Santiago, 2001, pp.105 -111.
[36] Enrique Dussel: «Estado de guerra» permanente y razón cínica”, Revista Herramienta, Nº 21, Buenos Aires, 2002/2003.
[37] Enrique Dussel: 16 Tesis de economía política: Interpretación filosófica, Siglo XXI, México, 2014, pp. 14-15.
[38] Humberto Maturana: Del ser al hacer. Los orígenes de la biología del conocer, J.C.SÁEZ, Santiago, 2004, pp. 103-104.
[39] Aníbal Quijano: “Bien vivir: entre el “desarrollo” y la des/colonialidad del poder”. Ecuador Debate, N° 84, Quito, 2011, p. 82.