El dinero y la conducta de los humanos
(Sobre las funciones no económicas del dinero)
José C. Valenzuela Feijóo.1
Para efectos de la exposición, distinguiremos dos funciones primordiales: a) el dinero como forjador o moldeador de la conducta humana; b) el dinero como instrumento de poder.
I.- El dinero como orientador de la conducta humana.
En esta primera dimensión, señalaremos dos aspectos: i) el dinero como finalidad; ii) el dinero y su impacto en la racionalidad. Por supuesto, el impacto del dinero es muy variado pero aquí nos limitaremos a señalar sólo dos aspectos, en tanto nos parecen de especial relevancia.
a) El dinero como finalidad de la vida.
En la medida que la economía de mercado se va extendiendo y profundizando, tiene lugar algo que es necesario e inevitable: su lógica estructural pasa a moldear el comportamiento de personas y grupos. Lo cual, a su vez, impacta en los valores y motivaciones que, en el plano subjetivo (i.e., psicológico), orientan esas conductas. Es decir, opera un proceso de internalización de las pautas de conducta exigidas por el sistema. Lo que también se traduce en la emergencia y asimilación de los valores y motivos que funcionan como impulsores y justificadores de esa actividad.2 El punto es claro: entre las exigencias objetivas –la conducta que exige desplegar la estructura socioeconómica- y los factores subjetivos que motivan y regulan la conducta, tiene que darse cierta adecuación. Esta pudiera no ser completa (de seguro casi nunca lo es), pero tampoco puede darse una disociación muy elevada. En este caso, se produciría una situación de desequilibrio emocional mayor que ningún sistema puede resistir.
A la larga, una persona o grupo que no cumpla con las conductas que exige la estructura, termina por desaparecer: entra en acción una especie de “suicidio social”.3 Por ejemplo, un productor mercantil que regale la mitad de su producción, muy pronto entraría en quiebra. Algo similar valdría para el capitalista que, rebelándose contra su rol social, empezara a conceder más y más aumentos salariales. En breve, una persona (o grupo) reproduce su posición social si satisface las exigencias de conducta que plantea esa posición.
En los regímenes mercantiles, los medios de vida y producción deben ser comprados. Y para esto se necesita dinero. Este es el recurso que permite acceder a esos bienes. En este sentido, resulta natural que la vida del grueso de los humanos se oriente en función de un propósito: ganar dinero, disponer de él. Al final de cuentas, éste se transforma en condición de vida para los distintos miembros del agregado social. No hay aquí una propensión innata sino el simple resultado de una estructura objetiva que exige ese comportamiento.
En un primer momento, el dinero todavía se considera como una mediación imprescindible. La lógica subyacente, aún es la de la circulación simple: M → D → M. El valor se busca para obtener valores de uso. Pero por el mismo carácter del dinero, en especial por su función de reserva de valor, muy pronto emerge el “auri sacra fames”, la insaciable sed por poseer y acumular más y más cantidades del equivalente general. En principio, lo que aquí opera es un ciclo circulatorio que se interrumpe a mitad del camino. Sí funciona el primer movimiento, el M → D o venta que permite acceder al dinero. No así el segundo, pues la no realización del D → M es lo que impide gasta del dinero y, por ende, permite atesorarlo.
Luego, con la emergencia y consolidación del capitalismo, el ciclo dominante pasa a ser el del capital: D → M → D’ en que D´ > D. En este caso, el valor de uso es el que pasa funcionar como un simple intermedio y es el valor (el valor acrecentado) el que le pasa a otorgar sentido a todo el proceso.4
Se podría pensar que esta lógica sólo opera en el espacio de los negocios. Pero es muy claro que va más allá y termina por permear al conjunto de las actividades humanas.5 Al final de cuentas, todo se subordina al dinero y si antes éste operaba como un “medio para”, ahora todo los demás se transforma en un “medio para lograr dinero”. El artista, por ejemplo, ya no despliega su actividad creadora a partir de sus necesidades expresivas y de comunicación sino en función del dinero. Este, termina por dictarle qué y cómo desplegar su arte. Según escribiera Simmel, “el dinero, que se ha convertido en fin último, no permite que subsistan como valores definitivos, coordinados con él ni siquiera aquellos bienes que en sí no tienen ningún carácter económico. No basta al dinero establecerse como otro fin último de la vida, al lado de la sabiduría y el arte, de la importancia personal y la fuerza, de la belleza y el amor, sino que al hacerlo obtiene el poder de rebajar a éstos hasta la categoría de medios.”6
b) Dinero, cálculo y racionalidad.
La racionalidad la entendemos, en este contexto, como adecuación de medios a fines. Es decir, no discutimos la racionalidad de los fines y, por lo mismo, nos situamos en el espacio de la razón instrumental.
Nos situamos en el contexto del capitalismo, que es donde mayor desarrollo alcanza la forma mercancía. El punto inicial a recabar es la necesidad que impone el sistema a sus empresas: maximizar las ganancias. Más precisamente, se trata de lograr el más alto (D´- D) / D posible. Lo cual, como mínimo exige contabilizar rigurosamente los gastos o inversión inicial (=D) y los resultados o ingresos finales (=D´). La contabilidad es un registro objetivo (i.e., no emocional) y se hace con cargo a unidades monetarias. Este es un primer paso. El segundo es materia de cálculos “ideales”. Es decir, se trata de examinar las diversas trayectorias económicas posibles, las cuales se evalúan en términos de la rentabilidad que pudieran determinar. En este caso, surgen prognosis y planes que se pueden cuantificar. Para decirlo de otra manera: la contabilidad ex-post pasa a ser complementada por la contabilidad ex-ante. En todo lo cual, usualmente se pasa a medir en términos monetarios. En este plano nos podemos preguntar: ¿qué haría un ingeniero o arquitecto si no pudiera contar con sistemas que miden pesos, distancias, volúmenes, etc.? Para el empresario, el dinero pasa a jugar un rol análogo: la aplastante mayoría de los fenómenos económicos se mide en términos de dinero.
La cuantificación, por su lado, estimula y exige un pensamiento más riguroso y preciso. Muchas veces (y cada vez más), esto conduce a la aplicación y desarrollo de modelos matemáticos, inclusive de nuevas técnicas matemáticas.
Para nuestros propósitos, el punto a subrayar sería: para satisfacer el móvil fundamental –ganar más y más dinero- resulta estrictamente funcional lograr la mayor racionalización posible de las actividades productivas. Lo cual implica: i) tornar racional el comportamiento en el proceso productivo y, por extensión, de toda la conducta social; ii) que esa conducta estructurada y conciente de los fines, se internalice y, por lo mismo, genere las capacidades intelectuales del caso. En este sentido, lo que finalmente observamos es un auténtico salto en la inteligencia de los humanos. Según Simmel, “la determinación del tiempo abstracto mediante los relojes, igual que la del valor abstracto mediante el dinero, proporcionan un esquema de las mediciones y divisiones más finas y más seguras que, al incorporar en sí los contenidos de la vida, prestan a éstos una transparencia y una previsibilidad para la actuación práctica exterior que, de otro modo, sería inalcanzable. La inteligencia calculadora que se manifiesta en estas formas puede derivar de ellas, a su vez, parte de las fuerzas con las que domina la vida moderna.”7
Para evitar malentendidos conviene indicar: i) tales consecuencias no responden, en exclusiva, a la pura presencia del dinero. Es todo el sistema, especialmente en su modalidad capitalista, el que empuja en la dirección de marras; ii) no se debe pensar en una estricta racionalidad de las conductas. Sí en un componente racional mucho mayor al que pudo estar presente en los tiempos antiguos; iii) la racionalidad que hemos indicado, muy poco tiene que ver con la que se postula en los modelos económicos de corte walrasiano. A éste, sobremanera en las versiones más actuales del modelo, se le asignan capacidades de cálculo y de optimización que exceden ampliamente la efectivamente poseída por los agentes mercantiles reales.
II.- El dinero como instrumento de poder.
a) El poder mercantil: un poder hipócrita.
Recordemos que por poder, en su sentido más general, se entiende la capacidad de un grupo o persona para determinar la conducta de los otros, inclusive contrariando la voluntad de esos otros. Luego, por poder de mercado o poder mercantil, entendemos el poder que opera por la vía de mecanismos mercantiles. Señaladamente, por la vía del control y uso del dinero. Es decir, por la forma económica que en las economías de mercado funciona como encarnación del trabajo social general.
En este sentido, podemos sostener que el poder mercantil se ejerce por medio del dinero. Al decir de Marx, “en el mercado no hay más que poseedores de mercancías, y el poder que estas personas pueden ejercer unas sobre otras es, pura y simplemente, el poder de sus respectivas mercancías.”8 Más precisamente, ese poder es el que determina el dinero que dispone el agente mercantil respectivo.
Para mejor entender el punto, recordemos algo del abecé de las economías de mercado. El poseedor de mercancías es libre para optar por tal cual intercambio mercantil particular o concreto. Pero no es libre para rechazar todo intercambio. Como con cargo a lo que produce no puede reproducir su consumo personal ni sus medios de producción, necesita de la producción de los otros, a la cual sólo puede acceder por la vía del intercambio. Esta es una primera restricción o coacción que ejerce el sistema. En segundo lugar tenemos que si bien es él quien decide qué producir, no es menos cierto que está obligado a elegir bienes que sean demandados por otros. De lo contrario no vende y si no vende su reproducción se paraliza. Con lo cual, puede llegar a desaparecer como entidad social y hasta física. En corto, son los otros (y los otros solo en tanto posean poder de compra; i.e. dinero) los que le ordenan qué bienes debe producir. Claro está, esta “orden” asume una forma bastante peculiar: i) es una orden abstracta: no dice produzca el bien “X” o el bien “Y”, sino produzca bienes por los cuales exista una demanda solvente; ii) la voz de mando no es emitida por una persona de carne y hueso, ni tampoco es dirigida a tal o cual productor concreto. No existe, en este caso, una relación social directa o personal en que tal o cual persona ordena a tal o cual que produzca tal o cual valor de uso. El comandante, por ejemplo, le ordena directamente a su tropa que despliegue tal o cual movimiento. El esclavista, hacía algo similar con su mano de obra esclava. En el caso que nos preocupa, por el contrario, lo que funciona es lo que Smith denominara “mano invisible”.
Las órdenes, más allá de sus peculiaridades y envolturas, existen. En consecuencia, hay voluntades que se subordinan y opera el poder capaz de provocar esos efectos. ¿Cómo y dónde se ejerce tal poder? ¿Quiénes lo ejercen? ¿Contra quiénes?
El poder del dinero se ejerce en el mercado9 y por medio de las cosas-mercancías. Son éstas, o más precisamente el dinero, las que hablan y ordenan. En lo inmediato, por ende, no hay o no se ve ninguna sujeción personal. La sujeción se da respecto al mercado y a las cosas (el dinero). Pero detrás del dinero y las mercancías, están las personas o grupos. O, para mejor decirlo, están los poseedores del dinero. No en balde Marx escribía que “cada individuo posee el poder social en su bolsillo bajo la forma de una cosa” –quien pone el dinero pone la melodía dice un muy famoso dicho- y agregaba: “quitad a la cosa este poder social y deberéis ceder este poder inmediatamente a la persona sobre la persona.” O bien: “las vinculaciones deben estar organizadas sobre bases políticas, religiosas, etc., mientras el poder del dinero no sea el nexus rerum et hominem.”10
En síntesis, estamos en presencia de un poder muy peculiar: i) se ejerce por medio de las cosas-mercancías. Más precisamente, por medio del dinero; ii) la mediación entre personas y/o grupos resulta indirecta. Es decir, la relación social de poder no conecta directamente a personas y/o grupos; iii) se trata, por ende, de una relación que permanece relativamente oculta, que es poco visible. Por lo mismo, también podemos hablar de una relación de poder hipócrita, que se esconde.
¿Quiénes y contra quiénes ejercen este poder?
En principio, pareciera que son los compradores (demandantes) los que ordenan. Pero este es muy relativo, amen de que se pueden dar situaciones disímiles. El poder de marras, por ejemplo, puede estar distribuido equitativamente entre los diversos miembros del agregado social. Y si así son las cosas, tenemos que un poder se ve compensado por el otro. O sea, se daría un poder de mercado equivalente o similar. Con lo cual, al final de cuentas, tendríamos una situación de igualdad social sustantiva. Este es claramente el modelo de economía de mercado que privilegiaban Rousseau y otros autores como Proudhon.
La norma, en el caso del capitalismo, es la existencia de un poder de mercado diferencial. Es decir, muy desigual. No existe la compensación propia de un régimen de pequeña producción mercantil y, por lo mismo, nos enfrentamos a una situación en que un determinado grupo social, ejerce una amplia coacción mercantil sobre los otros grupos sociales. Por lo mismo, la muy publicitada “libertad” que se le asigna a las sociedades mercantiles no es más que una apariencia, detrás de la cual, enmascarada o disimulada, lo que efectivamente opera es la subordinación o coacción social. No directa sino mediada por las cosas. No hay una persona que garrote o pistola en mano obligue a desplegar tal o cual conducta. Por lo mismo, en la apariencia no se observa ninguna coacción. Pero por medio del dinero, su poseedor sí puede obligar a otras persona a hacer esto o lo otro. Este, el dinero, como decía Quevedo, termina por ser un muy “poderoso caballero”.
b) Algunas consideraciones adicionales.
Podemos ver que el dinero es necesario al sistema (sin él no podría funcionar) y, además, muy útil para sus detentores. Basta repasar las funciones que hemos mencionado para comprobar este aserto. Consecutivamente, tenemos que la forma dinero es una entidad que deberá ser objeto de una amplia demanda.
Esta situación, en un primer momento, deberá llevar a atesorar dinero. O sea, al dinero no solamente se le demanda para tenerlo listo para ser usado como medio de cambio, sino que también como un depósito seguro de valor. Siendo la representación consolidada del valor –por lo tanto del trabajo social- se comprende el sentido de esta fuerza de atracción.
Cuando la economía de mercado asciende a su fase superior, la capitalista, surge otra posibilidad: multiplicar el dinero utilizándolo como capital. Aquí, “el valor se convierte (…) en valor progresivo, en dinero progresivo, o lo que es lo mismo, en capital.”11 Ulteriormente, con el desarrollo del capital ficticio, estas posibilidades se diversifican aún más.12 Esta situación da lugar a que junto al dinero, existan otras formas de tenencia de valores: los activos reales (o industriales) y los activos financieros.
En este contexto, propio del capitalismo contemporáneo, se plantea el muy conocido problema: ¿entre qué tipo de activos debe repartir sus tenencias de valor el agente capitalista del caso? O bien, para asumir la terminología en uso, se trata de determinar la composición del portafolio de valores. La aparición de activos reales y financieros da lugar a que el dinero usado como depósito de valor, pierda parte de su atractivo.13 El dinero, vis a vis los otros tipos de activos en que se puede detentar el valor, posee algunas ventajas muy típicas: i) es un activo perfectamente líquido, el más líquido de todos; ii) suele ser seguro (salvo el caso de procesos inflacionarios que deterioran su poder de compra). También posee una desventaja: como regla no rinde intereses. Por su lado, los activos industriales (reales) y los financieros: i) rinden beneficios; ii) tienen una liquidez muy inferior (aunque últimamente, se observa un impresionante despliegue de nuevos activos financieros cuya liquidez es relativamente alta); iii) son riesgosos: las empresas pueden quebrar, el precio de la vivienda desplomarse, las deudas pueden quedar impagas, las acciones hundirse, etc. En suma, hay dimensiones en que los diversos representantes o formas de tenencia del valor alcanzan un nivel diferente, lo que obliga a una selección de portafolio que combinando estos factores, logre la mejor combinación posible.
Fenómenos como los indicados afectan el comportamiento de la economía en diferentes sentidos. Tienen que ver con el nivel de la tasa de interés, con las condiciones del crédito y de la acumulación, etc.14 En un sentido general, nos pone ante el fenómeno de la interacción entre las variables monetarias y las reales. En la escuela neoclásica, se suele afirmar que el dinero es neutral y que no afecta (salvo a corto plazo) a las variables reales. En Marx, se acepta que la dimensión monetaria afecta a las variables reales, aunque no se considera al dinero como aspecto determinante. La dominación, claramente, va desde la esfera real (de la producción, en especial) a la monetaria. Como el punto excede los límites de esta nota, nos debemos limitar a su pura mención.
1 División de Ciencias Sociales, Universidad Autónoma Metropolitana-I.
2 “Las instituciones imprimen su sello en el individuo, modificando su conducta externa lo mismo que su vida interna, puesto que un aspecto del aprendizaje de un rol consiste en adquirir los motivos que garanticen su cumplimiento.” Hans Gerth y Wrigth Mills, “Carácter y estructura social”, pág. 174. Edic. Paidos, Barcelona, 1984.
3 Ciertamente, si el rechazo es masivo y se localiza en grupos sociales relevantes, lo que tiene lugar no es el aniquilamiento de la persona sino del sistema social vigente. Pero ahora este punto no nos interesa.
4 Cf. Bertold Brecht, “Más de cien poemas”, Hiperión, Madrid, 1998.
5 Un diálogo característico podría ser:
“– Papá, ¿por qué no somos ricos nosotros?
– Hay miles de personas más pobres, Ellie… Tú no querrías más a papá si fuera rico, ¿verdad?
– ¡Oh, sí, papá, te querría más!”
Cf. John Dos Passos, en “Manhattan Transfer”, pág. 61. Edic. Planeta, Barcelona, 1980.
6 G. Simmel, “Filosofía del dinero”, págs. 279-80. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1977.
7 Simmel, ob. cit. pág. 559.
8 C. Marx, “El Capital”, Tomo I, pág. 115. Edic. FCE.
9 Pero no sólo en el mercado. Este poder se difunde y extiende a los demás espacios de la vida social. Al final, invade al conjunto de la vida social.
10 C. Marx, “Das Vollendete geldsystem” (manuscrito de 1851). Citado en Grundrisse, Tomo I, pág. 483. Edic. citada.
11 C. Marx, “El Capital”, Tomo I, pág. 110. Edic. citada.
12 Por cierto, con una diferencia nada menor. Las ganancias financieras sólo implican apropiación, más no producción de plusvalía.
13 Una exposición actualizada, sintética y muy clara de los nuevos desarrollos financieros, en Dominique Plihon, “La monnaie et ses mecanismes”; La Decouverte, Paris, 2003.
14 Marx, por ejemplo, pareciera manejar una teoría de los fondos prestables. Aunque de naturaleza muy diferente a la neoclásica.