Más allá de “la grieta”
Néstor Cohen
Profesor titular consulto-UBA
Investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani-UBA
La de 2001 ha sido la más profunda crisis política, económica y social que produjera un gobierno democrático en Argentina. Produjo una fractura social que puso en crisis la credibilidad en el sistema democrático, en el sistema de partidos, en los liderazgos políticos. Diferentes sectores sociales ganaron las calles por medio de movilizaciones, piquetes, asambleas populares, etcétera. Resultó muy difícil recuperar las expectativas y credibilidad en las instituciones públicas y privadas. Las nociones de autoridad, de respeto al sistema normativo, de aceptar ser representado quedaron vacías, ausentes de reconocimiento social y legitimidad.
En ese contexto político asume, en 2003, el gobierno Néstor Kirchner. Sus cuatro años como presidente y los ocho posteriores de Cristina Fernández de Kirchner, tuvieron una fuerte impronta anti mercado, fortalecimiento del consumo interno, un compromiso con los sectores más vulnerables y ciertas minorías y un realineamiento internacional centrado en alianzas estratégicas políticas y económicas con países de la región, que los diferenció de la experiencia neo liberal del gobierno peronista de Carlos Menem durante la década de los 90.
A fines de 2015 Mauricio Macri gana las elecciones liderando un proyecto en el que supuestas leyes del mercado vuelven al centro de las decisiones políticas, gestionadas por CEOS de diferentes empresas como integrantes del gabinete nacional y en estratégicos lugares de la administración pública, generando una importante retracción del consumo interno, aumento de la pobreza, de la indigencia, de la concentración de la riqueza y con un posicionamiento internacional que deja en un lugar secundario a Latinoamérica y acercándose con un rol complaciente a los centros de poder del hemisferio norte.
Sin embargo, lejos de estas diferencias políticas, el kirchnerismo y el macrismo coinciden en el montaje de un escenario que se fortalece en los momentos pre electorales, pero no por ello se desarma luego de las elecciones. Ese escenario es reconocido, es identificado, forma parte de los discursos políticos, pero también integra el lenguaje cotidiano de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Ese escenario está naturalizado y tiene nombre, se lo reconoce como “la grieta”.
Una de las acepciones de “grieta” considerada en el Diccionario de la Real Academia Española alude a “dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”. Creo que la grieta argentina es, exactamente, una amenaza. Pero no tanto a la unidad ni a una probable (ideal) solidez nacional, sino a la posibilidad de elegir no formar parte de la grieta. Oponerse a la grieta y a las partes que la integran, implica asumir ciertos riesgos en la Argentina de hoy.
El primero de los riesgos es que toda vez que se manifiesta la más mínima crítica o disenso con alguna de las partes, se ubica a quien lo ha hecho como integrante de la otra parte de la grieta. No es posible asumir, siquiera como hipótesis, que la crítica viene de un tercero. El tercero queda excluido. Negar la adhesión al kirchnerismo se traduce como adhesión al macrismo y negar la adhesión al macrismo se traduce como adhesión al kirchnerismo. Penoso modo de concebir la realidad que remite a una concepción binaria de los fenómenos políticos, sociales y económicos. Penoso modo de concebir la realidad que niega el razonamiento dialéctico. Penoso y tedioso camino debe recorrer quien decida no caer en la trampa de la grieta, porque deberá fundamentar su oposición a una de las partes para evitar ser adherido a la contraparte.
El segundo de los riesgos es quedar atrapados en este escenario circular que pretende impedir la construcción de otras alternativas, que imposibilita diseñar y discutir otras agendas políticas, otras prioridades. Priorizar la lógica binaria como modo de intervenir en la realidad, simplifica, ordena, estructura, pero a la vez, disciplina, limita y termina excluyendo. Esta tensión entre la simplificación de la realidad y el ordenamiento de los conflictos, por un lado, y el disciplinamiento de propios y exclusión de extraños, por el otro, expresa una concepción autoritaria de la política. Se impone como modelo referencial el “estar conmigo o contra mi”, y este modelo al interior de cada una de las partes expresa el pensamiento único, el quiebre del pensamiento crítico, la uniformidad política, la negación del “otro “, la ausencia de la autocrítica, entre otras manifestaciones.
Además de los riesgos que genera disentir con “la grieta”, ésta oculta un fenómeno inherente a su composición. Parte de quienes adhieren al kirchnerismo y al macrismo lo hacen por oposición al otro. No es una adhesión por la afirmación sino por la negación. No se defienden principios propios, sino que se combaten principios ajenos. Es el apoyo como expresión de la obstaculización al otro. Como resultado de dos expresiones ya naturalizadas –“que no vuelva el kirchnerismo” y “que se vaya Macri”-, se observa un importante alineamiento en torno a “la grieta”. Son expresiones vacías de propuestas, carentes de proyecto, alejadas de un mínimo nivel de racionalidad. Pero no son expresiones aisladas.
La combinación de no asumir que lo opuesto a las propias convicciones se puede componer de diferentes modos de concebir y realizar la política, con la necesidad de adherir a un proyecto bajo la condición necesaria y suficiente que garantice la nulidad del otro, en otras palabras, la combinación de la simplificación de la política a partir de aplicación de la lógica binaria, con la estrategia del fin justifica los medios, ha creado en Argentina un escenario preocupante que nos acerca cada vez más a una trama de relaciones sociales, basadas en la exclusión y la negación del otro.
El siguiente cuadro muestra cómo se votó en 2015 para presidente. Lo presento como un ejemplo que se aproxima a nuestros argumentos anteriores. Si bien en las segundas vueltas electorales –elecciones por ballotage-, se polarizan las preferencias, no siempre el voto en blanco alcanza valores tan bajos ni resulta inferior a la primera vuelta, como ha ocurrido en esta oportunidad.
Elecciones presidenciales 2015 (%)
Voto | 1era vuelta | 2da vuelta |
FPV – Daniel Scioli | 37,08 | 47,46 |
F. Cambiemos – M. Macri | 34,15 | 50,08 |
Otros | 25,45 | —– |
En blanco | 2,55 | 1,18 |
Anulados | 0,77 | 1,28 |
Elaboración propia
En la primera vuelta el 71,23% de los votantes optaron por Scioli o Macri, en la segunda vuelta ascendió al 97,54%. Podemos asumir que la diferencia entre ambas vueltas (26,31%) se compuso entre quienes consideraron tener cierto nivel de coincidencia con el candidato que no habían votado en la primera vuelta y entre quienes votaron en contra del otro candidato. Este mismo argumento puede aplicarse al voto de la primera vuelta. Además, el voto en blanco y anulados, no sólo fueron muy bajos, sino que disminuyeron respecto a la primera vuelta (3,32% a 2,46%). Si bien lo señalado en este párrafo se basa en conjeturas, teniendo en cuenta el escenario político mencionado más arriba, no podemos menos que prestar atención a estos datos.
La historia argentina contiene un extenso recorrido a lo largo de grietas, desde el siglo XIX hasta la actualidad: unitarios y federales, civiles y militares, peronistas y antiperonistas, blancos y “cabecitas negras”, porteños y provincianos, etcétera. En esta oportunidad, el kirchnerismo y el macrismo han sido los creadores de esta grieta y celosos custodios de su existencia. La estrategia del amigo-enemigo les ha resultado beneficiosa para construir poder. Lograr transitar más allá de ella es uno de los principales desafíos de estos tiempos para las diferentes expresiones de la izquierda en Argentina.